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Sábado 09 de marzo 2013

Lincoln, una película

Por: Gabriel Vargas Zapata
Lincoln, una película
Foto: popdust.com

A estas alturas de la historia, resulta interesante todo lo que pueda venir de un director que no tiene nada que perder como Steven Spielberg. Para algunos puede que solo sea un director comercial con buen olfato para la taquilla, pero está claro que en sus películas, hay algo más que eso. Llama la atención, en primer lugar, su inquietante interés por la historia y, paradójicamente, su adelantada visión sobre la ciencia ficción en el cine.

Al igual que La lista de Schindler (1993) o Rescatando al soldado Ryan (1998), Lincoln se ubica dentro del terreno de los dramas históricos espectacularizados, pero con una profunda construcción psicológica de sus personajes, que le permiten evolucionar de una condición populista a una película que, finalmente, logra llevar a buen puerto su historia y emocionarnos con ella.

Si se cuenta, además, con el mejor de los equipos, los acabados son ya de obra maestra. Daniel Day-Lewis nos ofrece, de nuevo, una interpretación brillante, profunda y delicada. En buena medida, es el responsable de revivir unos de los episodios históricos estadounidense, más emblemáticos y mediáticos que se recuerden. No faltan a ello la alta carga de sensibilidad y dramatismo. El personaje de Lincoln es probablemente de los más complicados que Spielberg haya podido construir en toda su filmografía; no solo viene rodeado de un precepto político, también de dudas y de miedos. Nos lo muestra más humano y le da un rostro que tal vez ningún libro de historia ha podido ofrecer.

Si bien los datos bibliográficos quedan relegados a un segundo plano, los resultados son: un drama que viene, entre otras cosas, a alimentar el sentimiento patriótico y americanista, pero también a reivindicar temas interesantísimos que rodean al mundo de la política en general; como la sociedad, las leyes, la economía, los intereses electorales, etc.

El discurso de Spielberg no es muy distinto ahora que en 1993, o que en 1985 con El color púrpura. Su gran reflexión nos habla de una doble moral y de las desigualdades sociales.

En resumen, Spielberg reinventa el género dramático desde un purismo que convierte a su filme en una monotonía de acciones que a duras penas sostienen el interés por la historia. Espesa y cargada de un gran significado americanista, Lincoln pretende extrapolar a otro tiempo y a otras culturas, una sentencia moral que, ni es novedosa ni es lo suficientemente legible, pero absolutamente acertada y difícilmente cuestionable. Además de ser un drama tremendamente humano.

Nota publicada en eluniversal.com

 

 

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