Si hace diez años, se hubiera realizado una encuesta entre comentaristas y analistas internacionales respecto a si China desempeñaría el papel más influyente en asuntos latinoamericanos en el 2013, una gran mayoría hubiese respondido que sí. Después de todo, las piezas para desarrollar dicha relación, en teoría, encajan bastante bien. China es una inmensa nación de rápido crecimiento industrial, con dinero para invertir y hambrienta de recursos, y corteja a una región supina de recursos abundantes, tratando de afirmar claramente su independencia de otros que históricamente la "dominaban" -es una historia de telenovela mala. Sin embargo, con respecto a Irán es posible que nos hayamos salido un poco del guión.
Irán es una economía rica en recursos, y poco diversificada. Un país con un pasado extenso y célebre, caído sobre tiempos duros, autoaislada de la comunidad internacional debido a una retórica belicosa, abusos de derechos humanos y su insistencia en desarrollar armas nucleares. ¿Les suena familiar? Sin duda la república islámica cuenta con muchas de las mismas fortalezas, y unas tantas debilidades más que Venezuela. Lo que sugiere poca sinergia y mucha redundancia.
A nivel de valores igual compartimos poco. Entre las anécdotas memorables que surgieron durante esta semana de actos fúnebres para Hugo Chávez, tal vez la más representativa fue la controversia que surgió respecto al abrazo que Mahmoud Ahmadinejad, le dio a Elena de Chávez, la madre en duelo. Los venezolanos somos tocones por naturaleza, pero en Irán cualquier contacto físico entre hombre y mujer -al menos que estos sean familia inmediata- es estrictamente prohibido bajo la ley islámica. Por eso, cuando se publicaron fotos de esta interacción conmovedora, el presidente persa tuvo que cubrirse la espalda con desmaña: insistiendo que este momento de empatía humana era en verdad un complot por parte de sus enemigos para descreditarlo con Photoshop.
Sería difícil encontrar un ejemplo más ilustrativo del profundo abismo cultural que existe entre nuestros pueblos: países que lo único que tienen en común son sus enemigos. Quién iba a pensar que Venezuela, el primer país en abolir la pena de muerte en su Constitución de 1863, se encompincharía con Irán, la nación que más ejecuta seres humanos cada año. Muchos de los condenados son menores de edad, y algunos mueren por "delitos morales" como homosexualidad o adulterio.
¿Progresivos no? Si en Venezuela matáramos por adulterio no quedaría casi nadie.
A nivel diplomático, el tenerle sospecha al gobierno iraní es uno de los pocos puntos de vista común que comparten países tan dispersos y propensos a la desconfianza mutua como Egipto e Israel, o Turquía y Azerbaiyán. No es casualidad que la película Argo, con su visión crítica de la revolución iraní, recién ganó el Oscar como mejor película del año.
Como bien lo dice el proverbio Chino -o árabe dependiendo a quien uno le pregunte- "el enemigo de mi enemigo es mi amigo". El crear una política extranjera basada en el rechazo visceral, del status quo internacional ha resultado cada vez más en un listado de amigos insólitos para la Venezuela de hoy. Sin contar los amigos de interés -como las hermanas repúblicas del digno ALBA– a quienes les compramos cariño, las alianzas que se han cultivado bajo el régimen actual en Venezuela representan un elenco infame. Nuestro gobierno fue uno de los últimos amigos de Muammar Gadafi y de Saddam Hussein, el violento régimen de Assad en Siria, aún cuenta con nosotros, y más estables -aunque no menos brutales- autocracias, en países lejanos como Bielorrusia y Kazajstán.
¿Realmente buscamos tener mucho en común con esta clase de regímenes?
Desde Caracas la influencia iraní se ha ido expandiendo por la región, a capitales como Quito, La Paz y -hasta hace poco- Buenos Aires. Aún peor, en nuestra propia amistad con Irán, Venezuela paradójicamente ha pasado por alto las pocas cosas positivas que hubiera podido aprender de ellos -como la profesionalización de su industria petrolera, o la seguridad de sus calles respecto al delito armado- y en su lugar importa cansadas perogrulladas antisemitas y de victimismo.
Por más que llevemos años quemando puentes y rechazando ramas de olivo, tienen que haber mejores aliados que estos para América Latina. Da vergüenza escuchar a nuestros gobiernos populares en sus engreídos discursos sobre igualdad y justicia social cuando les conviene, mientras que se acogen, cada vez más, con países donde los derechos de la ciudadanía le hubieran parecido una barbarie al venezolano de 1863: un retroceso de más de seis generaciones.
Dime con quién andas y te diré quién eres.