La medida de progreso de un país es su Desarrollo Humano. Sin él, podrá haber ricos, grandes empresarios y grandes fortunas logradas a la sombra del Estado, pero nunca se llegará a ser un gran país. Un país que no haya logrado el Desarrollo Humano de su población nunca será un país desarrollado.
Cuando se barajan las alternativas siempre surge el petróleo como el eje del desarrollo y el soporte para los planes del Estado y en algunos momentos del Siglo XX pudimos pensar que íbamos en ascenso aunque nunca fuera continuado. En este siglo, el uso del petróleo ha sido simplemente para lograr el voto y mantener el poder: poco ha importado realmente lograr el Desarrollo Humano aunque la estrategia de venta haya sido la aparente, mas no real, preocupación por el más necesitado. Las ofertas han sido populistas y momentáneas, pero no en función de un futuro en el cual se piense que el ciudadano mejorará su capacidad personal de valerse por sí mismo. Todo lo contrario, "dame tu voto que yo te daré lo que yo creo que necesitas". Con ese cuento cada día hay más necesidad y menos oportunidades para la gente y para mantener el poder, los dineros van a todos los destinos menos al de lograr el Desarrollo Humano. Así, se siguen usando los mismos mecanismos de oferta en paralelo: unos tienen los reales y otros ofrecen la esperanza, pero ninguno ofrece una nueva manera de determinar las necesidades por, para y con la gente, de manera que se puedan elaborar verdaderos planes en función de esas necesidades y no de la determinación unilateral de una oferta genérica que no responde a necesidades detectadas sino al objetivo de lograr el voto.
El voto, en todo caso, debería ser la acción como consecuencia de una verdadera determinación de las necesidades y las prioridades de la gente que deberían servir de base para la oferta electoral de acciones producto de la determinación de esas necesidades convertidas en un plan de acción buscando hacer posible el logro constante de un mayor grado de Desarrollo Humano. Consecuencia: la acción prolongada basada en este enfoque de determinación de las necesidades de Desarrollo Humano de la gente y la elaboración de políticas, programas y proyectos basados en ellas, traería como consecuencia una verdadera vivencia por parte de "el pueblo", permitiéndole constatar que las acciones emprendidas hayan respondido y resuelvan sus necesidades detectadas.
No es difícil imaginarse y pensar que un enfoque de esta naturaleza tendría consecuencias importantes en la orientación del voto hacia las ofertas que logren un mayor éxito medible en función de las nuevas realidades determinadas por, para y con la gente y que, en la medida en que fueran atendidas debidamente, orientarían el voto para apoyar al gobernante exitoso o le cobrarían las fallas a los que no hubieran logrado resultados satisfactorios.
Siendo la descentralización la única manera de acercar a los gobernantes y sus respectivas comunidades, estaríamos hablando de convertir el voto en el mecanismo de premio o castigo al gobernante en base a los resultados en cuanto a la atención a las necesidades de Desarrollo Humano de la gente. Al hacerlo, estaríamos introduciendo un mecanismo de "meritocracia" en la administración pública; necesidad entrañable y única alternativa real para quienes deseamos tener un país realmente orientado hacia el progreso.