Un sector del kirchnerismo, ahora minoritario, insistió en acusar al papa Francisco de haber sido cómplice de la dictadura: no tiene pruebas ni la Justicia jamás lo acusó. Para ese sector, lo único que vale es la acusación misma.
A ese sector no le importó que el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, haya dicho que el Papa es "inocente".
No le importa que Lorenzetti sea el presidente de la Corte, por lo cual presumiblemente, cuando habló, sabía lo que decía.
Ese sector tampoco se detuvo a considerar que el Papa, con generosidad moral, le tendió a la Presidenta un puente para la reconciliación. Tampoco evaluó que la Corte de Lorenzetti haya sido, precisamente, la que en 2005 reabrió las causas por violaciones a los derechos humanos.
Menos aún reparó ese sector en que el presidente del tribunal oral (TOF N°5) que juzgó la causa ESMA haya dicho que el tribunal revisó todo el expediente con detenimiento y nunca encontró indicio alguno que involucrara a Jorge Bergoglio.
Ese sector tampoco se detuvo a considerar que el Papa, con generosidad moral, le tendió a la presidenta Cristina Kirchner un puente para la reconciliación.
¿Dónde están las pruebas que involucran a Bergoglio con una responsabilidad personal? Sencillamente, no existen.
La pregunta es: ¿Qué hace la Presidenta con esas críticas? ¿Las fogoneó, mientras visitaba al Papa? o, acaso, ¿las condenará?
El Gobierno, por una indicación de Cristina Kirchner, parece ahora realinearse detrás del Papa. No lo hace por el peso de la falta de pruebas judiciles que desmentian su versión ni por convicción. Lo hace por una lectura de oportunismo político. Pero es un comienzo (Con información del diario La Nación).