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REDES SOCIALES
Jueves 28 de marzo 2013

El pecado más grave

Por: Angel Oropeza.
El pecado más grave
Foto: Referencial

Dios, por encima de cualquier consideración, es sobre todo un padre amoroso. Y como tal, lo que más quiere para sus hijos es que sean felices.  Ese es el plan de Dios para con la humanidad.  Por eso, todo lo que obstaculice, impida o se oponga al crecimiento, realización y felicidad de las personas, atenta directamente contra el plan de Dios y es lo que los cristianos denominamos "pecado".

La Iglesia, a partir sobre todo de las Conferencias del Episcopado Latinoamericano de Medellín (1968), Puebla (1979) y Aparecida (2007), ha insistido en que, al lado de los llamados "pecados personales", que pueden resumirse en el alejamiento voluntario del hombre del plan de Dios, existe una dimensión más estructural y colectiva que ha denominado "pecado social".  Si bien la idea de pecado social surge con la aparición de las ciencias sociales en el siglo XVIII, que develaron el carácter estructural de los fenómenos sociales y de muchas miserias humanas, son las reflexiones y documentos emanados de estos encuentros del Episcopado Latinoamericano los que califican de manera inequívoca como "situaciones de pecado las realidades socio-económicas y políticas que generan injusticia"  ("Presencia de la Iglesia en la transformación de América Latina", II Conferencia del Episcopado Latinoamericano, Medellín, 1968), y cómo con respecto a las condiciones de muchas personas en América Latina, "la Iglesia discierne en esta situación de angustia y dolor una situación de pecado social" (La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, Puebla 1979).

Pecado social es, para la Iglesia, " todo pecado cometido contra la justicia en las relaciones entre las personas... todo pecado contra los derechos de la persona humana, comenzando por el derecho a la vida, o contra la integridad física de alguien; todo pecado contra la libertad de los demás... todo pecado contra la dignidad y el honor del prójimo... en toda la amplia esfera de los derechos y deberes de los ciudadanos"  (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia N 118).  En síntesis, pecado social es el mantenimiento de estructuras, condiciones y prácticas socio-económicas y políticas que impiden la plena realización del hombre e impiden que éste crezca y sea feliz.

Un vistazo a la Venezuela de nuestros días nos arroja una realidad lacerante: en nuestro país, se cometen en promedio 57 homicidios por día.  Más del 40% de las víctimas de homicidios son jóvenes entre 15 y 29 años. De hecho, el homicidio es la primera causa de muerte en Venezuela entre los jóvenes de ambos sexos de 15 a 29 años de edad. Una de cada 3 emergencias en los hospitales de Caracas es por herida de bala. Menos de 4% de los delitos que ocurren a diario en Venezuela son castigados, lo que representa una impunidad de 96%. En el país existen 15 millones de armas circulando sin ningún control. En las cárceles del país hay 12 mil camas y existen 35.000 presos.  Cerca de 700 mil familias en Venezuela no comen completo. El promedio de escolaridad del trabajador venezolano no llega a  8 años -el mismo perfil del año 1998- lo que le condena a una cadena perpetua de pobreza. Todo este drama constituye una auténtica situación de pecado social que impide la vida, el crecimiento y la felicidad de la mayoría de nuestros hermanos.  Por ello, frente a esta insultante realidad, la Iglesia venezolana ha señalado que  "es un mal de la nación... el que millones de venezolanos continúen, todavía hoy, sumidos en condiciones materiales, institucionales y morales indignas de su condición humana, y permanezca frustrado el propósito de construir una República, para todos en la riqueza de su diversidad y libertad, y con todos en la comunidad de su solidaridad y fraternidad. (Carta pastoral sobre el bicentenario de la independencia, XCIII, Asamblea Plenaria Ordinaria de la CEV, N 21).

La realidad que viven las grandes mayorías de nuestro país no es ciertamente lo que Dios quisiera para sus hijos. Esta situación de "pecado social" que vive Venezuela clama a los ojos de un pueblo sufriente, y demanda un cambio profundo en las actuales estructuras sociales, políticas y económicas, generadoras de opresión, sumisión y dolor.

La Semana Santa es ciertamente un tiempo de reflexión y recogimiento. Pero una reflexión que no movilice, que no conduzca a la acción, no es más que un ejercicio egoísta de autocontemplación y consuelo. Tratemos de huir de esta cómoda tentación, y aprovechemos estos días para preguntarnos, en presencia de Dios,  qué nos toca hacer en esta necesaria e ineludible tarea de liberación.

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