Corea del Norte se acaba de declarar en “estado de guerra” con Corea del Sur, y esto ha sido leído por la prensa occidental de diversas maneras, en escenarios que no necesariamente se contradicen:
La inminente materialización de un real peligro bélico que venía anunciándose desde por lo menos fines del año pasado, con el lanzamiento de cohetes en dirección del sur, la cancelación unilateral del armisticio Pyongyang-Seúl de 1953 y un intenso traqueteo de sables en la infantería.
La intensificación de la conocida estrategia de Pyongyang de aparecer peligrosa e impredecible, para obtener concesiones de un vecindario preocupado. Esto habría sido precipitado por el voto de Beijing contra Pyongyang en la ONU y por una escalada de ejercicios militares Corea del Sur-EE.UU., que ha incluido ahora último sobrevuelos de bombarderos sobre territorio del norte.
Una bravata del joven Kim Jong-un para seguir navegando las encrespadas aguas de la crisis interna permanente del gobierno heredado de su padre y su abuelo. Aunque con este gesto el líder de 30 años se podría estar aproximando a una línea de no retorno.
Los analistas militares no consideran que la frontera entre las dos Coreas esté al filo de la guerra, pero sí temen que la nueva escalada en el juego de mutuas amenazas pueda desbordarse. Por ejemplo con un ataque de misiles de Pyongyang sobre Seúl y con la respuesta en forma de un bombardeo conjunto Seúl-Washington.
Es poco probable que en un caso de guerra efectiva Moscú, Beijing y Tokio permanezcan impasibles. No necesariamente para tomar partido militar por una Corea del Norte devenida inmanejable, pero sí para expandir su presencia militar en una zona que ambos consideran cercana a sus intereses.
Pero si el desborde no llega a producirse en esta ocasión, entonces veremos a Moscú y Beijing volver al juego de apaciguar a Pyongyang con llamados de atención a la alianza Seúl-Washington y con aún más ayuda económica a Corea del Norte. Aunque nada de esto ha servido para tranquilizar a Kim Jong-un en los últimos tiempos.
La idea más inquietante en este panorama es que Corea del Norte tiene la bomba atómica, pero no la tecnología para reducir su tamaño y transportarla en misiles. Pero aun esta última salvedad representa un exceso de peligro con un régimen tiránico, que da la impresión de tener que perder con una guerra.
La primera guerra de Corea (1950-1953) terminó en una suerte de empate con la partición del país, producida por el relativo equilibrio estratégico de la Guerra Fría. La desaparición de un bloque comunista duro no afectó al régimen norcoreano (como tampoco al cubano), y esto Pyongyang siempre lo ha leído como una patente de corso en la región (Con información del diario La República).