Corea del Norte es un país paria, miembro del “Eje del Mal” y desde hace 60 años una amenaza para la paz. Su régimen es comunista, el más radical y fracasado del mundo.
Sus motivaciones para pretender atacar a Corea del Sur es de índole interno, como la frágil permanencia en el cargo del déspota Kim Jong-un y la más grave: la gran hambruna que atraviesa su población de 24 millones de habitantes y que provoca hasta el canibalismo.
Su economía se ve agravada por su sistema y asimismo por el continuo boicot por parte del Consejo de Seguridad de la ONU al no detener su agresivo programa nuclear.
En mi concepto, Corea del Norte va a la guerra para eliminar a su propia población, al no saber cómo combatir el hambre. Así de crudo. Aquí no se trata que su odio al sur sea una herencia de la Guerra Fría, es decir, una trasnochada lucha de sistemas ideológicos. Millones mueren de hambre en un régimen cuya característica es la locura y que pone en vilo a la población principalmente surcoreana y japonesa –a quienes consideran sus mortales enemigos- y a la paz mundial.
En este conflicto no dejan de tener responsabilidad los aliados de la Norcorea: China y Rusia, que alimentaron al monstruo; si bien hoy señalan, considerablemente tarde, que están distanciados, siendo uno de los pocos países del mundo cuya población está dividida, como lo fue Alemania tras Hitler. Los gobernantes de Corea del Norte necesitan una gran lección.
(*) Periodista. Miembro de la Prensa Extranjera
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