La razón por la cual, ante el tumulto verbal en la península coreana, ha cundido la preocupación es principalmente una: que las armas de destrucción masiva allí sí existen. No se sabe si son pocas o muchas, pero son. Esto no es el Irak del año 2003, donde solo en la febril imaginación de la administración Bush daban vueltas esos depósitos siniestros.
A eso puede sumarse la inexperiencia de Kim Jong-un, el gobernante norcoreano, o la disposición militante para la guerra que tiene su pueblo (y que parece cultivarse desde el jardín). Y también la renuencia de Corea del Sur y Estados Unidos a bajar la presencia armada en la zona, a sabiendas de que en Pyonyang los vientos de guerra son permanentes.
Pero lo central es que, muchos años después, cuando ya se creía que la amenaza estaba controlada, la comunidad global siente que puede estar frente al pelotón de fusilamiento atómico. No es que no haya habido crisis con olor uranio en los últimos años (ninguna como la de Cuba en 1962), pero esta vez flota cierta angustia nuclear casi vintage.
¿Es para tanto? Hasta ahora, los estallidos son verbales, de ambos lados del Paralelo 38 (la línea que divide la península coreana entre Norte y Sur), aunque van subiendo de tono y enterrando peligrosamente los intentos de distensión de los últimos años. Que vinieron de los dos lados, a pesar de que hoy se vea a Corea del Norte como el malo de la película.
No es la primera vez, además, que el ruido atómico ronda en la zona. En 1951, justamente cuando la Guerra de Corea se entrampaba, el general Douglas Mc Arthur propuso soltar una bomba nuclear para fundir el conflicto. Felizmente el presidente Truman no le hizo caso y lo destituyó. Pero en parte por eso la península coreana aún sigue oliendo a uranio. Ese conflicto (1950-53), en el que se involucraron varios países al lado de Corea del Sur y Estados Unidos (que atacó con autorización de la ONU), y la URSS y China junto a Corea del Norte, fue el primer episodio, bélico y dramático, de la Guerra Fría. Costó alrededor de 3 millones de muertos y fue un preludio espantoso de lo que años más tarde sería Vietnam.
Parece increíble que con esa lección de hace 60 años, que incluyó el riesgo de un nuevo Hiroshima, se juegue hoy con el fuego radioactivo. El líder norcoreano debería entenderlo, para no convertir a su país en un estado fallido y destruido. Pero también deberían entenderlo los países que aún guardan en sus silos de la muerte numerosos megatones (Con información del diario La República).