Juan Sheput, autor de estas líneas
Un excelente artículo de Jaime Bedoya, publicado en el último número de Caretas, me hizo reflexionar sobre la necesidad de que se tome con mayor seriedad el triste mensaje que vienen transmitiendo a la sociedad los programas de concurso o realities, de amplia sintonía en el sector juvenil. No es ya cuestión que nos riamos porque alguien cree que un archipiélago “es un animal” o que “quemaré el último cartucho” es una frase que dijo Simón Bolívar, sino de empezar a cuestionarnos sobre qué tipo de sociedad, con nuestros comportamientos públicos, estamos formando. Ya no estamos en el mundo de lo anecdótico, sino en una peligrosa normalidad.
Los especialistas en medios señalan con propiedad que los protagonistas de estos eventos son, por los hechos y simpatías que generan, ídolos de un gran sector de adolescentes, que ve en ellos a referentes que influyen ampliamente en sus vidas. Completamente de acuerdo. Un personaje público brinda, con su comportamiento, ejemplo para sus seguidores, de allí que si uno de ellos se enorgullece por no haber leído nunca en su vida un libro, y no sentirse por ello menos culto que otros, no debe ser un asunto que se tome a la ligera ya que está influenciando en el pensamiento y forma de actuar de miles de sus seguidores.
Sin llegar a extremos, es recomendable tener un mayor cuidado con este tipo de programas. En su momento, los espectáculos de Laura Bozzo resignaron a millones de compatriotas a que siempre hay alguien que está peor, contribuyendo así a una operación de lavado de cerebro de la cual se jactaban los jerarcas que manejaron el país a su antojo durante la década de los noventa.
Pero el mal ejemplo no viene sólo de los espectáculos juveniles. También se origina en la política. Una de las secuelas de la revocación es que se ha instalado con fuerza en el imaginario popular que la política es un show, ese que consiste en quién gesticula más, quién imposta más la voz de manera más singular o simplemente quién derrama más lisuras e insultos: en los últimos días “tonterías” es una palabra delicada al lado de aquellas de más grueso calibre que como “babosadas” y otras irreproducibles lo que buscan es descalificar al adversario sin necesidad de plantear ningún tipo de argumento. Si bien es cierto esto nació en regidores y revocadores que lograron su objetivo de obtener notoriedad, así sea superficial y pasajera, ahora se está convirtiendo en práctica usual de la política, con lo cual se le hace un tremendo daño a la sociedad, ya que políticos y concursantes de realities son personajes públicos que sirven de referentes, por nefastos que sean, a nuestra sociedad.
Y los medios de comunicación también tienen su dosis de responsabilidad. Deberían pensar un poco sobre ello. Después, no nos quejemos del tipo de sociedad que estamos formando.
EN LOS ÚLTIMOS DÍAS “TONTERÍAS” ES UNA PALABRA DELICADA AL LADO DE AQUELLAS DE MÁS GRUESO CALIBRE QUE COMO “BABOSADAS” Y OTRAS IRREPRODUCIBLES LO QUE BUSCAN ES DESCALIFICAR AL ADVERSARIO SIN NECESIDAD DE PLANTEAR NINGÚN TIPO DE ARGUMENTO
(*) Artículo publicado en el periódico peruano Diario 16