César Levano, autor de estas líneas
La tolerancia pasa por un mal momento en Nuestra América. Buena (o mala) muestra de esto fue la reacción de Nicolás Maduro, Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, ante el llamado del canciller del Perú, Rafael Roncagliolo, a que los problemas de Venezuela se procesen en un ambiente “de tolerancia y diálogo”.
Era una invocación moderada y razonable. La declaración reiteraba el acuerdo reciente de los 12 países de Unasur. El mandatario venezolano considera que la actitud de Roncagliolo significa una injerencia en los asuntos internos de Venezuela. Si esto fuera exacto, querría decir que también el acuerdo de Unasur logrado en Lima significaba injerencia, una injerencia consentida por la presencia y el voto del propio Maduro.
Felizmente, en cuanto a los lazos entre el Perú y Venezuela se ha resuelto el impasse. Maduro, que había llamado al embajador de su país en el Perú, Alexander Yánez, ha dispuesto normalizar los vínculos diplomáticos.
No había en la actitud de Roncagliolo ánimo hostil ni afán de injerirse en los asuntos venezolanos. Era apenas un llamado, una invocación a favor de disminuir las tensiones que agitan a Venezuela. La oposición ha iniciado allí una acción violentista, con el apoyo del imperialismo y de la reacción continental. He ahí una correlación peligrosa que hay que tomar en cuenta.
Washington desea destruir el régimen de Caracas. Está en juego el petróleo del país que tiene las mayores reservas de oro negro. Por eso mismo, el gobierno chavista debe asumir la mayor serenidad, la prudencia máxima, que no está reñida con la firmeza y la independencia. Caracas debe tomar en cuenta que ahí están en disputa no sólo el interés del pueblo venezolano, sino asimismo los avances políticos y sociales de nuestra región.
Actos como el condicionamiento del pago a los legisladores de la oposición a que reconozcan primero la legitimidad de Maduro, y la privación del uso de la palabra a esos congresistas, enconan tensiones y, además, dañan el prestigio del régimen.
En estos mismos momentos, se ha producido una crisis grave en nuestras relaciones con Ecuador, debido a que el Presidente Rafael Correa ha decidido defender y mantener al embajador de su país en el Perú, Rodrigo Riofrío, personaje repudiado en nuestro país por haber golpeado, incluso con un puntapié visto en video, a dos damas peruanas.
Correa asegura haber investigado el incidente, lo cual lo conduce a creer que el embajador no fue agresor, sino víctima. Precisó que si el caso afectara las relaciones con el Perú, “qué pena”, pero que prefiere renunciar a su cargo antes que “sacrificar a un inocente”. Apena que esto cause daño a la unidad latinoamericana.