Javier Diez Canseco: Un peruano íntegro, un ciudadano ejemplar y comprometido con sus ideales cívicos y democráticos. Un político, como pocos, entregado a sus postulados hasta su muerte.
Su trayectoria partidaria, parlamentaria, política y social, nos recuerda que es posible reconciliar la decencia y la honradez con el quehacer público, sin desmayos ni abdicaciones. Así lo demostró durante su paso por la actividad pública.
Para muchos radical, para otros consecuente. Siempre admiré su línea de comportamiento y, además, su coherencia en todo tiempo, circunstancia y lugar. Criticado, odiado y polémico. Desde mi parecer, era un peruano identificado con las demandas sociales de los menos favorecidos.
Valiente, honesto, leal y en él apreciamos un conjunto de valores perdidos -en un país marcado por la traición, el miedo, la apatía y la indiferencia- y un referente de fidelidad. José Carlos Mariátegui, alguna vez expresó: "En el Perú es difícil mantenerse fiel a un principio y a una convicción". Javier: Una enaltecedora excepción.
Adversario de muchos. Supo enfrentar a la dictadura de la década pasada, lideró movimientos sociales, afirmó ideales y convocó entusiasmos ciudadanos. Protagonizó su última batalla enfrentando la corrupción y la inmoralidad en una nación lacerada por una profunda crisis moral.
Renunció a su condición de clase a temprana edad y se enroló en asentamientos humanos. Su discapacidad física nunca le impidió "hacer camino al andar". Mi homenaje a este militante de las filas de la izquierda peruana que, en tiempos recientes, fue maltratado por el Congreso de la República al que llegó -en el actual período- con una de las más altas votaciones. Demostró dignidad al rechazar la suspensión de la injusta sanción impuesta por el Poder Legislativo.
Javier Diez Canseco, en días recientes, escribió su última carta en defensa de los derechos de los trabajadores. Su lecho de enfermo no fue obstáculo para continuar trabajando por una patria grande, noble y justa. Honor al adversario caído.