La partida el sábado 4 de mayo de 2013 de nuestro querido amigo y compañero Javier Diez Canseco nos deja las lecciones de una vida consecuente y nos señala tareas fundamentales para el porvenir.
Javier dejó tempranamente las comodidades de su hogar de nacimiento para abrazar la causa de los desposeídos, “de los que no vivían como yo” como alguna vez nos relató. Pero no lo hizo presa de algún romanticismo juvenil, de aquellos que pasan con la edad, no. Lo hizo para persuadir y organizar a las mayorías sobre la necesidad de una transformación que nos traiga un país distinto, con nación y justicia social.
La vida no fue fácil para él. A las dificultades iniciales producto de la discapacidad que lo aquejaba, se sumó una cotidianidad de lucha y polémica, animada por su hablar claro y siempre con datos a la mano. Trataron de matarlo varias veces sin éxito felizmente. Y hace pocos meses, esta mayoría del Congreso de la República, levantó una calumnia en su contra que felizmente fue desbaratada ante la opinión pública. Hoy la vida prueba, a costa del sacrificio supremo, quien estaba en lo cierto.
Javier y la izquierda peruana, vivimos tiempos difíciles en los últimos veinte años. Debimos atravesar el desierto, por la caída de los grandes referentes políticos internacionales y nuestra propia incapacidad para representar al pueblo izquierdista. Sufrimos los avatares de la dictadura de Fujimori y Montesinos y el falseamiento de nuestros ideales por parte del terrorismo senderista. En esos tiempos difíciles Javier fue un referente incansable, apostando siempre a la necesidad de renovar nuestros puntos de vista y recrear nuestras formas organizativas.
Hay, sin embargo, una característica que lo distinguió: la necesidad de una organización propia de la izquierda peruana y un programa de cambio real, que fueran capaces de generar una identidad política autónoma en nuestro pueblo. Por esto fue tildado muchas veces de dogmático y sectario, pero luego de las fracasadas experiencias de seguidismo a caudillos improvisados, una vez más resuenan sus convicciones de autonomía y nos colocan frente a la responsabilidad de llevarlas adelante.
Ese reto, significa hoy la unidad de todas las fuerzas que luchan por la transformación del Perú en un país cuya democracia sea no solo electoral sino también social. Un país en el que la creación de riqueza signifique bienestar para las mayorías no solo para unos cuantos y donde los derechos alcancen también a nuestros pobres, nuestros niños y nuestros viejos, sin distingo de raza, género o condición social. Un país que se realice finalmente en la integración de los pueblos de América Latina.
Las lecciones de una vida, nos imponen estos desafíos y estas responsabilidades. Javier Diez Canseco siempre estará presente.
¡Que estemos a la altura de las circunstancias!