Dimos las últimas vueltas de la adolescencia con el mismo grupo de amigos, en su Chevrolet Malibu rojo por los barrios del sur de Lima. Poco después trabajamos juntos en la fundación del Frente Revolucionario de Estudiantes Socialistas, en la PUCP. Luego nuestros caminos políticos se separaron, incluso se contrapusieron. Él se adentró en la militancia con el partido Vanguardia Revolucionaria y yo me fui a trabajar en las reformas del velasquismo.
Volvimos a estar en la misma trinchera a mediados de los años 70, cuando empezaron a borrarse de urgencia las líneas entre la izquierda y un velasquismo acosado desde la derecha militar. Coincidimos en la posición frentista de la revista Marka. Pero, a pesar de la coincidencia y la amistad, ya era obvio que el militante y el periodista, el dirigente político y el intelectual, iban por caminos diferenciados.
Con la vuelta de la democracia Javier Diez Canseco empezó su brillante carrera parlamentaria. Colaboré con varias de sus campañas electorales, y voté por él a lo largo de los años 80. Lo hice todavía en el 2001, a pesar de que el manejo de la relación con el Apra perseguida por el fujimorismo ya nos estaba volviendo a distanciar en lo político. Para entonces ya habíamos aprendido a refugiarnos en nuestra amistad personal.
Por más de dos decenios fuimos colegas en este diario, donde hasta la semana pasada publicó una columna de prosa severa, por lo general proponiendo legislación o haciendo denuncias. Practicó el periodismo como una prolongación de su trabajo parlamentario, al cual aportó una seriedad y una dedicación poco comunes en la historia del hemiciclo. Con el mérito adicional de siempre haberlo practicado en radical minoría.
Su posición ideológica fue evolucionando con el tiempo y la práctica. Su marxismo-leninismo de corte cubano de los años 60 fue cediendo terreno ante posturas más realistas. Alguna vez, ya en los años 80, le dije medio en broma que lo vería cómodo en el ala izquierda de la social-democracia holandesa, por ejemplo. No lo aceptó, pero tampoco me discutió el punto. En verdad toda la izquierda peruana venía haciendo un viaje parecido.
Su condición de frecuente y extraordinario polemista contribuyó a difundir en los medios su rostro más adusto. Pero en la vida privada era amable, sonriente, un hombre de buen humor, diría que casi de risa fácil. A pesar de las enormes distancias ideológicas, conservó vivo el afecto de sus amigos de la juventud, y ciertamente mantuvo el respeto de sus rivales políticos en todas las tiendas.