Alberto Fernández, autor de estas líneas
Nació en el mismo instante en que miles de argentinos colmaron la Plaza de Mayo para reclamar por la libertad de su líder. A partir de entonces, quiso ser la voz de los desposeídos aunque los reaccionarios de entonces creyeron sentir con su existencia un aluvión zoológico. Fue cierto progresismo el que lo convirtió en el hecho maldito del país burgués. Dio una "juventud maravillosa" que en muchos casos entregó su vida por volver a la democracia y también fue la militancia proscripta, exiliada, encarcelada o muerta por las dictaduras y que jamás fue socorrida por aquella Justicia que supo ser cómplice del poder político de turno.
Eso ha sido el peronismo en el sentir del conjunto de los peronistas. Ése fue siempre el orgullo de saberse parte de la fuerza política que dio protagonismo y reconoció derechos a aquellos sectores a los que la sociedad había ignorado, excluido y abandonado a su suerte.
Para ningún peronista la presencia de multitudes en las calles puede pasar desapercibida. Las movilizaciones populares lograron liberar a Perón cuando los dictadores de turno lo encarcelaron en octubre del 45 y fue también con la gente en las calles como fue recibido al culminar su prolongado exilio en el 72. En la dictadura, fue la movilización social la que permitió decirle basta a los militares golpistas aquel 30 de marzo de 1982.
La gente en la calle no inquieta al peronismo; su presencia, su movilización, está en su propia génesis. Sabe que ése es el modo que tiene la ciudadanía para interpelar al poder cuando quienes lo ostentan deciden encerrarse en sus lógicas y alejarse de la gente.
Para el peronismo la Justicia también es algo importante. Sus dirigentes saben que cuando ella sirve al poder, las persecuciones o las detenciones ilegítimas se toleran. Nadie olvida cómo actuaba la Justicia complaciente con los dictadores ante cada habeas corpus presentado para saber del paradero de un desaparecido.
Es preocupante que con semejante historia, el peronismo haya devenido en ese partido que es hoy, un conjunto de caudillos territoriales y funcionarios de gobierno que olvidan todo compromiso con la gente solo para rendir pleitesía a quien gobierna. Irreflexivo, sin debates, sin ideas y sin contradicciones, la vida partidaria se ha convertido en un cuartel inerte que solo reúne las tropas para desfilar ante quien gobierna y avalar cualquier medida que se proponga, desatinada, injusta o valiosa.
Para nuestro pesar, tal vez estemos viviendo el verticalismo del disparate, un cruel remix del otro verticalismo contra el que alguna vez luchamos en pos de la democracia interna.
Para este peronismo burocratizado, se vuelve peligroso que la gente salga a las calles. Lo aterra. Sus dirigentes no indagan por qué tantos hombres y mujeres se quejan. No les inquieta saber de qué hablan cuando cuestionan la inflación, cuando se sienten estafados ante las cifras del Indec, cuando piden preservar sus derechos ante el avance del Estado, cuando reclaman jueces independientes o cuando se asombran por las "conductas vicepresidenciales". Prefieren repetir, atascados en el devaneo presidencial, que esas miles de personas son el resultado de la "prédica mediática que siembra el odio". Los descalifican como seres pensantes que salen a la calle para preservar sus derechos.
Este peronismo del presente carece de criterio propio. Acepta vertical el criterio de Cristina -sin derecho, siquiera, a plantear disidencias o aportes- y no duda en suscribir en escasos diez minutos un documento elaborado quien sabe dónde, que reniega de los que se quejan y avalan un duro avasallamiento a la Justicia que nada tiene que envidiarle a la "mayoría automática" de los 90. No hay un solo renglón que dé respuesta a los que llama "profetas del odio" -solo descalificación- y no hay una sola idea que permita avizorar la salida al laberinto en el que el gobierno nos ha metido.
Estamos ante un peronismo que ha perdido el coraje. No se anima a hablar. Su silencio complace al poder en la misma medida que lo aleja de la gente. Sus explicaciones del por qué del presente merecen la caricia presidencial mientras exacerban el ánimo generalizado. Nada dice de la inflación, de la pobreza real, del cepo cambiario ni del disloque del dólar. Tampoco de la corrupción ni de la ausencia total de funcionamiento de los organismos de control en la Argentina.
Como cruzado de una revolución que solo ocurre en el imaginario presidencial, hasta se anima a entregar la independencia judicial al poder de quien gobierna. Merced a tanta mansedumbre, los arbitrarios que en el futuro administren el país tendrán allanada su capacidad de intromisión en la Justicia.
Tan solo esto ha quedado de aquel peronismo. Un partido que desoye a los que demandan en las calles las soluciones que el gobierno no les brinda. Cínico, llama "terratenientes" a los chacareros y "privilegiados" a los que ganan siete mil pesos al mes. Considera "destituyente" a quien pide que esta economía dislocada le devuelva confianza. Dice ocuparse de los que trabajan al mismo tiempo que cercena sus sueldos con impuestos a las ganancias. Declama el propósito de una economía productiva y condena a todo emprendedor a una inflación que crece y a una moneda que se debilita.
Seguramente este tiempo será superado y la historia cargará en la memoria colectiva el nombre de los responsables de tantos dislates cometidos bajo la invocación de una revolución que no existe. Mientras tanto el país necesita que el peronismo, que los peronistas, que los miles y miles de hombres y mujeres que siempre se hicieron cargo de las demandas populares, recuperen el coraje y la rebeldía frente a la terquedad del poder..