Eduardo Posada Carbó, autor de estas líneas
La pérdida de confianza en la democracia en países de peso pesado puede tener efectos devastadores en el orden internacional.
La democracia ha tenido una mala década”, escribe Mark Mazower, profesor de la Universidad de Columbia, en la revista Prospect. A los años de euforia tras la caída del muro de Berlín ha seguido un período reciente más bien sombrío, de prolongado pesimismo. ¿Pueden las democracias modernas, representativas, resolver los conflictos desatados por la nueva etapa de la globalización?
Mazower reflexiona sobre el tema a propósito de varias publicaciones que adoptan diversas, y hasta contradictorias, perspectivas sobre los malestares de la democracia contemporánea.
En términos simples, de un lado estarían los adalides de la democracia representativa, asociados, según Mazower, con las políticas de promoción mundial de la democracia, particularmente en EE. UU. Del otro estarían sus nuevos opositores, simbolizados en el movimiento de ocupación de Wall Street y otros que favorecen formas de acción de democracia directa y deliberativa.
Parecería ser en últimas una preocupación confinada al llamado mundo occidental, afectado por una crisis financiera cuyos coletazos no parecen tener fin, sobre todo en Europa. Por ello la pregunta de Mazower es a ratos geográficamente más específica: ¿pueden las democracias solucionar los problemas de los países que más se precian de ser los portadores de los valores democráticos?
El mismo Mazower reconoce que no habría que exagerar las dimensiones de la crisis. Además, creo, a la democracia no le fue mal en todas partes del mundo en la última década. Aunque sus ambiciones se hayan visto frustradas, la ‘primavera’ en el mundo árabe fue quizás un episodio histórico de largo aliento. Fue una década de avances para el Brasil, ejemplar para Latinoamérica. La evolución del sistema de partidos en México fue un hecho de gran significado democrático.
No obstante, es indudable que hay señales de serios retrocesos democráticos mundiales, en contraste con su movimiento expansivo desde fines de la década de los 70, bautizado como la ‘tercera ola’ de la democracia.
Es evidente que hay retos enormes. Los partidos políticos nunca han gozado de reputación angelical, pero la crisis de representación es generalizada. La revolución informática vuelve más complejos sus problemas, al sugerir aparentes alternativas a las formas tradicionales de representación política. La desigualdad sigue siendo un gran desafío. Los éxitos de la China pueden alimentar emulaciones de otro “modelo autoritario”.
En diferentes contextos, el debate sobre la democracia contemporánea tiene muchas similitudes con las luchas del pasado. Para entender mejor su naturaleza y sus problemas, Mazower nos invita a regresar la mirada al siglo diecinueve, en especial a Francia, donde la obra de Pierre Rosanvallon ha inspirado a una nueva generación de historiadores.
La profunda crisis democrática que se apoderó de casi todo el continente europeo tras la década de los 20 ofrece otro paralelo aleccionador. Fue en buena parte resultado de la pérdida de confianza en sistemas políticos incapaces de absorber las radicales transformaciones sociales y económicas que siguieron a la expansión acelerada del capitalismo durante la segunda mitad del siglo diecinueve.
Una crisis en Europa, o en los Estados Unidos, no debe confundirse hoy con una crisis mundial. Pero la pérdida de confianza en la democracia en países de peso pesado puede tener efectos devastadores en el orden internacional.
El ensayo de Mazower concluye con un emplazamiento a vigorizar el debate sobre la democracia, su significado, sus instituciones y las libertades que la hacen posible. Una convocatoria intelectual que merece atención.
(*) Publicado en el portal del diario El Tiempo de Colombia