México ha dejado de ser un país emergente

Barack Obama viajó a México la semana pasada y allí subrayó el carácter prioritario que su vecino del Sur tiene para EE.UU., tanto en términos económicos como estratégicos. Le propuso a su colega Enrique Peña Nieto adelantar el protagonismo mexicano en la política mundial, a través de su participación, en igualdad de condiciones, en la inminente negociación de un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea (UE), seguido por la búsqueda de un tratado de asociación con 12 de los principales países asiáticos.

México ha modificado su status internacional en los últimos 10 años. Lo ha hecho a través de su integración productiva con la industria manufacturera norteamericana y mediante su conversión en el principal socio comercial de EE.UU., por encima de China, lo que puede ocurrir este año, o a más tardar en 2014.

El resultado es que México ha dejado de ser un país emergente y se ha integrado directamente con la frontera del capitalismo avanzado. El comercio bilateral entre EE.UU. y México ascendió el año pasado a US$ 511.000 millones (US$ 1.400 millones por día); y el núcleo de ese vínculo es la producción manufacturera compartida, realizada dentro del sistema integrado trasnacional de producción, que es responsable de 2/3 del comercio internacional y cuyos actores son las empresas globales.

De ahí que 40% de las exportaciones estadounidenses sean partes y componentes, y que 80% de las ventas externas mexicanas estén constituidas por productos manufacturados.

La producción compartida es 4% en el comercio bilateral entre China y EE.UU., y asciende a 23% en el vínculo EE.UU./Canadá, mientras que en la Zona Euro, esencialmente Alemania y el resto de la región, es 27%.

Esto significa que la integración productiva entre las industrias manufactureras mexicana y estadounidense es la más profunda del sistema mundial. En la fase de globalización del sistema capitalista, en que la inversión extranjera directa (IED) crece más rápido que el comercio internacional y éste, a su vez, lo hace con un ritmo mayor que el de la expansión del producto, las inversiones son más importantes que el comercio, sobre todo las directas, que amplían la capacidad productiva y de esa forma acentúan su transnacionalización.

Por eso, a medida que la economía mexicana se expande, profundiza su integración con EE.UU., y a través del incremento del comercio intraindustrial, se incorpora directamente al capitalismo avanzado. Esto es una novedad histórica. Vivimos en una época de saltos cualitativos y disrupciones profundas.

Más de 2/3 de la IED que recibe México se dirige a la industria manufacturera (75% en 2012) y lo hace dentro de una tipología “vertical”, que en vez de limitarse a satisfacer necesidades del mercado interno, las integra como segmentos o anillos de las cadenas trasnacionales de producción.

La IED que absorbió la economía mexicana ascendió a US$ 22.000 millones por año entre 2000 y 2010. Equivale a un stock acumulado de US$ 245.300 millones, constituido en más de 70% por nuevas inversiones (“greenfields”), que se duplicaría en los próximos 10 años. La política mundial, como ejercicio eficaz del poder, es hoy ante todo capacidad para establecer pautas, reglas y procedimientos. Este ejercicio efectivo del poder político en el plano global no es más sinónimo de territorio, población o poder militar.

Es la aptitud para elaborar y ejecutar las reglas de gobernabilidad del sistema mundial.

Por eso, solo los actores globales participan de la política mundial en la segunda década del siglo XXI, a través de su protagonismo en los flujos y tendencias del gran devenir de la globalización. México ha sido convocado ahora al juego planetario de la política mundial.

La razón no es el carisma de Peña Nieto, sino la hondura de la integración de su industria manufacturera con lo más avanzado del sistema.

(*) Artículo publicado en el portal del diario El Clarín (12 de mayo de 2013)