El presidente Ollanta Humala Tasso, fiel a su formación profesional, ha ido trasladando las estrategias militares a la política. Hasta tal punto es así, que bajo la idea de amenaza o necesidad -por ejemplo, en la seguridad interna- construye la imagen de un enemigo siempre al acecho, capaz de destruir aquello que da razón de existir al país. La construcción del enemigo se ejecuta a través de la implantación de leyendas urbanas, tales como, el caos, la corrupción y la demagogia.
El inexorable paso siguiente será la destrucción del enemigo -para el caso, la vida política-, de tal forma que frente a las incesantes denuncias políticas logre provocar una reacción popular guiada por la necesidad de resolver el problema, bajo la lógica de una dicotomía permanente llevada al terreno electoral (disyuntiva guerra o paz, mal o bien, continuidad o cambio). La táctica inevitable es la eliminación o proscripción política, que busca alcanzar por medio de una retórica discursiva orientada a “solucionar los males del pasado reciente” y no a lograr el desarrollo del país, y que cuelga epítetos a su rival o enemigo político, en especial a quien considera el mayor peligro en la gama de candidatos a enfrentar en la próxima contienda (el próximo campo de batalla).
Así, el enemigo quedará despojado de identidad y pasará a ser objeto de una serie de calificativos que “sólo nombran atributos negativos”. Esta operación psicosocial de despojo de identidad convierte al enemigo en una suerte de portador de las mayores desventuras y amenazas contra la sociedad. Ello no implica que no vea como enemigos a los demás partidos políticos, sólo que los ubica en una categoría inferior de riesgo. Ocultar, plagiar o sencillamente borrar los nombres en las placas de inauguración de obras, por ejemplo, no expresa mezquindad humana, plasma el propósito de borrar todo vestigio de recordación favorable del enemigo (tan igual como en la Conquista se destruyó todo lo relacionado al Incario)
Aún mas, en el tema del Servicio Militar Obligatorio muestra no solo un cambio de discurso. Va mas allá. Es una rectificación estratégica que tiende a agrupar fuerzas. Apenas ayer decía (hace dos años): “La defensa nacional no es un reformatorio, no es un correccional. La defensa nacional es para que los muchachos vayan a hacer voluntariamente su servicio militar” y hoy nos dice: “Esto es para que nuestros jóvenes tengan la oportunidad de una calificación y no estén en las pandillas”. Este viraje delata a los nuevos asesores -distintos de los de su campaña-, y un programa de acopio de fuerzas que le servirá políticamente en el momento electoral indicado. Cabe recordar que su campaña se nutre de este contingente humano y en conjunto con su hermano desarrolla el proyecto etnocacerista, propagandístico-militar.
Para OHT tener un enemigo es importante. No sólo para definir su identidad, también para desarrollarse dentro de su modus operandi. Por lo cual, desde su óptica, si el enemigo no existe, es necesario inventarlo. Debemos tener en claro que no encamina su estrategia a impulsar un macartismo. Más bien, busca crear un enemigo, una figura que represente la amenaza directa a la continuidad de sus deseos políticos. No ignora que la meta del poder es controlar por entero a su enemigo. No puede permitirse quedar a medio camino. Una vieja ley de combate -que posee aplicaciones más allá del campo de batalla- manda no otorgar al enemigo ningún espacio de negociación, ninguna esperanza, ningún margen de maniobra. Asesorado en ese sentido es que debe haber tomado la decisión, luego de elegir con cuidado a su víctima y adversario de turno. Él y su equipo saben muy bien que “El cazador no pone la misma trampa a un lobo que a un zorro”