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Miércoles 22 de mayo 2013

Educación para la vida

Por: Grover Pango Vildoso
Educación para la vida
Foto: Difusión

Con la existencia de un Proyecto Educativo Nacional -PEN se tienen los objetivos estratégicos que orientan la educación peruana hacia el 2021, pero en el tránsito hacia su materialización hay un número elevado de planes por diseñar (o continuar), prioridades que definir, responsabilidades y resultados que ofrecer.

En ese vasto y complejo mundo de tareas y metas por alcanzar, la realidad suele imponer preguntas que no siempre se pueden responder de manera categórica y convincente. Existen respuestas teóricas y potencialmente aceptables, pero éstas no logran –o me parece que no logran- dejarnos satisfechos. Decir que nuestra educación es de mala calidad no es nada nuevo. Lo sabemos por nuestras propias evaluaciones y por las internacionales estandarizadas -como PISA-, que nos miden con un rasero universal referencial y nos muestran nada competitivos. Pero pareciera que no tenemos claro –o no coincidimos en ello- qué se deriva de ello en una aplicación pertinente a la “buena calidad” como una meta nacional.

Me estoy refiriendo a una buena educación para el Perú, naturalmente. Hay resultados admirables en Finlandia, Taiwán, Corea del Sur, Hong Kong, Canadá, Suiza o Nueva Zelanda, claro está. Pero sus realidades son distintas a la nuestra, son otras historias, otros pasados, otras formas de pensar, creer y actuar, otros desafíos que alcanzar. Aunque estemos globalizados, las idiosincrasias existen como las culturas y las cosmogonías. Verlo así no es un “complejo de inferioridad” destinado a cancelar nuestras aspiraciones de avanzar hacia el “primer mundo”. De ninguna manera. Nuestros rasgos diferenciados pueden ofrecernos ventajas a favor en la perspectiva dinámica del desarrollo; por supuesto.

La Ley General de Educación nos pide “formar personas” con una serie de competencias, atributos y valores que la escuela sola jamás podrá alcanzar, aun cuando fuera cercana a la perfección. Y esa es una buena finalidad, por cierto. Pero además, tanto la ley como el PEN, le recuerdan a la SOCIEDAD que tiene una responsabilidad educadora. La sociedad somos todos, incluyendo a quienes (especialmente los medios audiovisuales de comunicación)  suelen “deseducar” cada vez que pueden en nombre de su libertad informativa y de entretenimiento, entre porrazos, romances de folletín y escasísima ropa.

Una pregunta  -hasta ingenua se podría considerar-  busca saber para qué formamos a nuestros chicos y chicas en la educación básica (al concluir secundaria). Pareciera que una de las pocas “medidas” de nuestros resultados reales está en el ingreso a los estudios superiores, especialmente universitarios. Hay propuestas educativas privadas que claramente lo ofrecen como oferta y promesa. Ése es su derecho, como lo es de los padres que lo buscan para sus hijos, postergando incluso algún otro logro.

Siempre quedan abiertas otras preguntas para los chicos que terminan secundaria, en especial de escuela pública, pero no podrán seguir estudiando por razones económicas o académicas. ¿Para qué estudiaron–aunque sea “con las justas”- su secundaria? ¿Qué saben hacer, realmente? ¿Los hemos preparado “para la vida” o la vida sólo existe si ingresas a la universidad o al instituto? ¿Qué tipo de “problemas” les enseñó a resolver la escuela? ¿Se puede ser “emprendedor” con sólo secundaria? ¿Son vigentes las “opciones laborales” o ya no sirven para nada? ¿Son las habilidades “socioemocionales” aún más importantes que saber hacer algo específico, como suelen demandar las empresas? Necesitamos una educación para competir, claro está; pero también necesitamos una educación para poder vivir, básicamente.

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