Se parece en mucho, pero no en todo. A uno y a otro los llamaban “el chino”.
Ambos fueron terroristas. Ambos fueron genocidas. Ambos eran sumamente ignorantes.
Ambos desindustrializaron a sus países, e impusieron a sangre y fuego un orden neoliberal por encargo de otros.
Se parecen en casi todo, pero se diferencian en algo muy importante. Videla aceptó las penas impuestas sin pedir clemencia y tomó sobre él toda la culpa.
Al responsabilizarse en su condición de comandante en jefe, el argentino salvó para la historia el honor de las fuerzas armadas de su país en cuyas filas militara el bravo y honesto libertador José de San Martín.
Fujimori no cesa de pedir clemencia. Entre dos hombres pequeños, éste es insignificante.
Lo más grave: Fujimori ha intentado a través de toda su estrategia judicial inculpar a la fuerza armada de los delitos que él mismo planeó y ordenó desde palacio.
Si Fujimori recibe ahora el indulto, la historia le pasará los platos rotos a quien no corresponde. En la práctica, el reo está conminando a un presidente de origen militar para que lo salve del peso de su culpa y se la pase al ejército. El reo y sus hijos basan sus razones en la salud y la supervivencia. Sin embargo, su rollizo aliado tiene otras razones. Él está pensando en las próximas elecciones en las que llenará de improperios al actual presidente constitucional.
Terroristas y genocidas, Videla y Fujimori tienen decenas de miles de muertos en su haber. Al argentino se le ha probado y condenado por el robo de bebés, el fusilamiento de presos y otras bestialidades sin fin. No tan sólo la Argentina, todo el mundo tiene presente la imagen de los presos que son subidos a helicópteros, torturados allí y arrojados a las aguas del Río de la Plata. En los archivos televisivos, en el Youtube, cualquier persona de París, Londres o Nueva York puede ver y escuchar ahora mismo el testimonio de los jóvenes que, cuando bebés, fueron arrancados del vientre de la madre y vendidos. Argentina no es un país secreto.
Tampoco es secreto el Perú. En Roma, Ginebra, Madrid o en Washington, quien lo desee puede entrar en Youtube y escuchar a las mujeres que fueron esterilizadas contra su voluntad. Puede enterarse de cómo una guerra civil fue convertida en una guerra étnica y de qué manera decenas de pueblos fueron arrasados o de cómo los cadáveres de los torturados fueron enterrados en los cuarteles.
Videla y Fujimori no fueron el poder, sino su brazo armado. Traidores, cumplieron órdenes extranacionales. Su misión era instaurar una economía neoliberal en la que el estado fuera despojado de sus bienes y funciones. El encargo era que aquél fuera privatizado para beneficiar al gran capital transnacional, a las corporaciones foráneas y a sus socios locales.
Para llevar a cabo ese encargo, tenían que arrasar la institucionalidad e imponer el pánico. Este y la perversidad sólo los mejores medios “de persuasión” que conocen los gobiernos terroristas.
Videla y Fujimori se parecían en todo, pero no en todo. Ya se sabe hoy que el dictador japonés, debe a su alianza con Montesinos, el hecho de ser ahora uno de los hombres más ricos del mundo. Por supuesto, no era un “caído del palto”. Por eso, se entiende el cariño que le profesa ahora el autor de la teoría de que “la plata llega sola”.
Por su parte, el argentino era un genocida austero. No bebía. No era ojo vivo. Comulgaba con frecuencia. No se ha hablado de millonarias cuentas a su nombre en el exterior. Probablemente creía que la sangre derramada de otros lleva al cielo. Videla era algo así como un violador casto. En eso, estos mellizos no se parecen.