En la vida, ciertos hombres tienen el don de ver las insignias de sacrificio generoso de otros hombres, quienes muchas veces no llegarán a ocupar un lugar privilegiado en la historia oficial. Esos, en el laberinto de lo posible, recorren el camino sinuoso que otros no se atreven y no dudan en saber que terminarán como instrumento cruel de las circunstancias.
Uno de esos hombres se llama Agustín Mantilla, el de la sonrisa sagitariana, la que siempre conocimos cuando era el Secretario General del aprismo en Pueblo Libre en los años de la dictadura de Velasco y Morales Bermúdez.
Su lealtad a un ideal lo llevó a ser parte de la historia del APRA durante la primera campaña presidencial que nos llevó al poder, donde llegó a ocupar cargos importantes, entre otros el de Ministro del Interior. Pero cuando acabó la democracia con el golpe de Estado del Fuji-montesinismo, fue sancionado dos años de prisión por Alberto Fujimori, hecho que nadie ha previsto la posibilidad de una reparación ante esa infamia. Para la dictadura era como decir: Tenemos preso al APRA. Hoy nadie recuerda esos momentos tristes para él y para la última generación de jóvenes apristas formados por el propio Víctor Raúl Haya de la Torre.
Y es que Agustín Mantilla Campos había dirigido la lucha más importante contra la subversión en democracia que hasta el propio Abimael Guzmán reconoció que fue la etapa más dura y en la que había tenido “más bajas su ejército popular”.
Hoy, ante esa amplia seguridad laboral y empresarial que vive el Perú, sin policías asesinados por Sendero Luminoso en cada esquina, debemos recordar y no olvidar que fue Agustín Mantilla uno de los factores determinantes en esa lucha desigual entre víctimas inocentes y el método del terror de una organización que pretendió la conquista del Estado. Me dice Agustín: “Cuando veo la alegría de muchos jóvenes y niños que no vivieron la guerra contra el terrorismo, sé que la lucha por la democracia era nuestro único camino”.
Agustín llegó a asumir todo el pasivo de una época, pero también de los que abandonaron su lugar dejando a su suerte al aprismo para que se defienda sola. Esa película siempre se repetirá, ahora mismo viene sucediendo.
Como anécdota diré que estando en la cárcel, Agustín fue visitado por un periodista, a quien respondió una pregunta impertinente, con la frase siguiente: “No tengo nada de que acusar a ningún aprista… y si lo tuviera, jamás se lo diría”.
¿Y cómo se luchó contra el terrorismo? Muchos políticos y jóvenes del ahora, deben recordar que en 1988 el Agustín Mantilla quien crea únicamente con policías, el GEIN (Grupo Especial de Inteligencia), que es precisamente el equipo policial que captura a Abimael Guzmán. Unificó, especializó y capacitó a la policía con equipos sofisticados en inteligencia y los llevó a diferentes países para aprender de la experiencia en otras naciones, pero en inteligencia.
Cuando llega el APRA al poder, la policía estaba rezagada en todo esto. Ante el surgimiento terrorista en 1980, había miles de policías, militares y civiles inocentes. Pero la historia de los apristas también se estaba escribiendo con sangre: Sendero Luminoso había asesinado con su método terrorista a casi mil quinientas autoridades políticas apristas a nivel nacional.
Pero ese gran avance de preparar a la policía en seguridad interna, encontró la oposición de las Fuerzas Armadas. Sin embargo el tiempo demostró que con una política de Estado estrictamente con acciones de inteligencia, si se podía vencer al terrorismo. No lo decimos los apristas, sino el entonces candidato a la Presidencia Mario Vargas-Llosa en 1990, quien ante una pregunta sobre su política se seguridad nacional, declaró: “No dudaría en convocar a Agustín Mantilla como Ministro del Interior. Ha sido el mejor del gobierno aprista”.
Agustín Mantilla no hace mucho estuvo al borde de dejarnos, el 6 de diciembre del 2006, ni de su peligrosa recaída. Esa lucha entre Agustín y la voluntad de Dios no era parte de su agenda. Era una cuestión de segundo orden. Cuando insistí en el tema, de su salud, me respondió con una expresión irónica: “Víctor, no perdamos la perspectiva de la política”.
En más de una oportunidad me he reunido con él, porque lo conozco de muchos años, en algunas de ellas no se le podía interrumpir escuchando tantas cosas, suficiente como para escribir más de un libro: “No olvidemos que nuestro enemigo histórico es esa ala de la derecha cleptocrática que se resiste a la modernización del Estado”… O la orden de alerta: “Cuidado con el rebrote terrorista, pero más cuidado con los que alientan ese argumento para configurar un estado represivo. Eso solo lo puede distinguir un aprista porque sabe lo que es sobrevivir a las peores dictaduras”.
Agustín Mantilla es una persona de conversar pausado, espíritu de acero y de una gran humildad en su trato personal. Pero el mejor mensaje, es la evidente economía franciscana en que vive, claro mensaje de una vida dedicada al sacrificio.
Ante la despedida, se puede ver a los apristas de todos los rincones – desde el más humilde militante hasta el más inimaginable dirigente nacional – como los recibe en su hogar, con la mano fraterna y esperando un consejo de Agustín Mantilla, o solo para sentirse escuchado.
Este es el perfil de Agustín Mantilla Campos, un mito que trasciende la historia oficial y que ahora pretenden sentar en el banquillo de los acusados. Él es un soldado más en la victoria de las conquistas democráticas de un Perú en desarrollo y que ahora nos brinda la seguridad y la libertad para apreciar su sacrificio.
Nosotros, los apristas y peruanos de buena voluntad, que vivimos de cerca el terrorismo, esperamos que los llamados a juzgar a Agustín Mantilla, obren teniendo en cuenta las circunstancias de aquellas horas de lucha, donde el Perú recurrió a sus mejores hombres para liberarse de la salvaje guerra no declarada que vivimos.