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Jueves 06 de junio 2013

La desilusión de WikiLeaks

Por: Marcelo A. Moreno
La desilusión de WikiLeaks
Foto: Difusión

Cuando apareció WikiLeaks aquellos que consideramos a la libertad oxígeno indispensable lo celebramos. Que hubiera un canal que filtrara información secreta de los gobiernos era tan revolucionario como saludable para la opinión pública global, un milagro más de los muchos que nos regala Internet. Encima, que estos datos estuvieran chequeados y avalados por algunos de los grandes diarios del mundo les otorgaban una credibilidad mayúscula.

Así nos enteramos de numerosas atrocidades cometidas por fuerzas estadounidenses en Iraq y Afganistán, horripilancias diversas perpetradas por la CIA y jugosos chismes sobre las confesiones de políticos de diversos países a diplomáticos de norteamericanos.

Las develaciones de WikiLeaks comenzaron a mediados del 2007, y hasta hoy se calcula que ha difundido cerca de 1.200.000 documentos. Lo sugestivo es que la aplastante mayoría de esos documentos perjudican a los Estados Unidos.

Los que nos esperanzamos con saber sobre las múltiples represiones de Putin o de las correrías terroristas de los clérigos iraníes en Latinoamérica -de las cuales los argentinos guardamos tristísima memoria-, de los crímenes de Al Assad en Siria, de las relaciones carnales entre Chávez y las FARC, de la inmensa corrupción que reina en China, de la persecución sistemática del régimen castrista hacia los pocos que osan disentir en Cuba, poco y nada -tirando a nada- supimos en WikiLeaks.

Una lástima, una desilusión, una inmensa oportunidad perdida. Peor aún: un descrédito anticipado para quien quiera en el futuro proponer un sitio semejante pero con objetividad. Porque WikiLeaks es no el artefacto de transparencia informativa en el que creímos, candorosos, al principio, sino una simple máquina de operaciones propagandísticas con bases reales.

Hoy Julian Assange pasa días iguales en la pequeña embajada de Ecuador en Londres. No puede pisar una baldosa de suelo inglés porque sería detenido, ya que pesa sobre él una orden de captura de la Justicia sueca por perpetrar delitos sexuales contra dos mujeres. Assange desconfía del sistema judicial sueco -uno de los más prestigiosos del mundo- porque teme que lo extraditen a Estados Unidos, que también ha levantado cargos gravísimos contra él, ya que considera, con razón, que muchas de sus revelaciones han puesto en peligro la vida de soldados estadounidenses.

Es curioso el país que eligió Assange para refugiarse: Ecuador está gobernado por Rafael Correa, un presidente populista de reelección automática que ha casi logrado -melancólico éxito- ahogar la libertad de prensa.

Mientras, este presunto libertario recibió en su encierro un pedido de entrevista por parte del director de cine Alex Gibney, que rodó una película sobre WikiLeaks.

Sólo puso una condición: que le pagaran un millón de dólares. El film ya se estrenó y él no recibió respuesta.

En un reportaje que Assange concedió al diario “Página 12″, el periodista Santiago O’ Donell le pregunta sobre un episodio que consigna su biografía. De chico, Assange había robado unos tomates a unos vecinos. Cuando reclamaron, el niño tuvo un ataque de ira. O’ Donell le pregunta si le parece que robar (lo que hace WikiLeaks con los datos) está bien. Luego de dar vueltas para eludir la respuesta, Assange titubea: “Tendría que ver … en general está mal, pero habría que ver la circunstancia específica. Cobrar impuestos es robar, por ejemplo.”

Cuando el periodista lo interroga sobre los elogios que Assange le deparó al sistema legal sueco, en franca contradicción con su temor a ser juzgado por ese sistema, responde: “Cuando querés que alguien haga algo, lo elogiás diciendo que ya lo está haciendo, aun antes de que lo haga. Le das a alguien una reputación para que se la gane.” Y cuando lo interroga sobre por qué le dio la información de WikiLeaks a los grandes diarios del mundo, Assange condena a esos medios, pero dice que en ellos “hay gente bien entrenada, eficiente y buena logística para llevarle información a la gente”.

Los razonamientos de Assange, como se ve, además de revelar un relativismo moral vecino a la amoralidad, reflejan un barullo intelectual peligroso para quien maneja información tan delicada. Aunque también se pueda sospechar que esa confusión consista en una cortina de humo.

Porque a esta altura de sus acciones y contradicciones, Assange, más que a un libertario, se parece a un agente de una majestad siniestra con permiso para difamar. Un falsario que hundió con oscuras prácticas una radiante posibilidad.

(Publicado en la columna Disparador de Clarín el domingo 2 de junio del 2013)

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