Evo Morales se va por el tercer mandato
Hace unos días, en mi cátedra de historia republicana, un destacado alumno me señaló que la reelección no es en sí misma antidemocrática y tiene razón. Por ejemplo, la Constitución de los Estados Unidos de América contempla la posibilidad de una sola reelección inmediata y de ella se han beneficiado tanto demócratas y republicanos como lo son, respectivamente, Barack Obama y George Bush.
Sin embargo, existe una diferencia poco sutil entre los casos del norte y sur de nuestro continente. Eventualmente Barack Obama puede ser un presidente con alta aprobación en su segundo gobierno, pero no por ello las encuestadoras de su país van a incluirlo en los muestreos sobre la próxima elección, porque lo que la constitución americana impide son dos reelecciones consecutivas. En otras palabras, porque ya no puede postular. Para hacerlo más sencillo, en USA la popularidad del presidente no es elemento suficiente para quebrar el orden constitucional con la finalidad de perennizarlo en el poder.
Al contrario que en el norte del continente, en América Latina la democracia ni ha madurado, ni se ha solidificado. Desde la segunda década del siglo XIX, cuando tuvieron lugar las independencias políticas de los estados de la región, emergió el fenómeno del caudillismo militar como respuesta informal a la debilidad del republicanismo incipiente. Desde entonces, nuestras formas políticas solo parecen haberse sofisticado con la finalidad de mantener a un determinado caudillo en el poder, así como para facilitar que su entorno intervenga y cope todas las instituciones del Estado.
De esta manera, el cambio experimentado en América Latina las últimas décadas apunta a maquillar experimentos autoritarios a través de una superficie democrática que los dote de la legitimidad que no tienen. Luego de la redemocratización de la región en el transcurso de la década de 1980, no pasó mucho tiempo para que el caudillismo encontrase la manera de abrirse paso nuevamente. Hoy esta vieja práctica ya se empoderó otra vez en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina.
No pretendo que mis lectores compartan mis utopías, pero yo sí creo que es a través de la democracia, entendida como alternancia en el gobierno e independencia de los poderes del estado, que puede alcanzarse la justicia social. Será que soy seguidor de un gran pensador político como Víctor Raúl Haya de la Torre, quien en 1962 renunció a la presidencia para salvar la democracia, luego de que las fuerzas armadas vetaran su elección.
Será porque sigo su ejemplo, que pienso que el desarrollo político, social y económico de América Latina tiene en el caudillismo a un enemigo que la mantiene en la perniciosa inercia de reiteradas refundaciones republicanas. Será porque creo que dicha inercia nos impide llevar a cabo proyectos de desarrollo a largo plazo que encuentro impostergable defender la Constitución por encima del personalismo y la tentación autoritaria.
Es deseable que quienes hoy ostentan el poder tomen estos conceptos en cuenta al momento de adoptar decisiones cruciales, porque éstas nos afectarán a todos por largo tiempo. La incertidumbre ya está creando demasiada zozobra en un país que se merece de sus líderes la vocación por la institucionalidad que lo conduzca hacia el progreso.