Hay que dar crédito al director estadunidense Derek Cianfrance por no quedarse en el mismo registro que le había funcionado en su anterior Triste San Valentín (2010), la sensible crónica de la formación y desintegración de una joven pareja. Elevando la apuesta de sus ambiciones, su tercer largometraje El lugar donde todo termina es una mezcla épica de géneros, dividida en tres partes y con una duración de casi dos horas y media.
El relato se sitúa en la pequeña ciudad de Schenectady (un término mohicano que se traduce como "el lugar más allá de los pinos", el título original de la cinta), en el estado de Nueva York. A ella llega el experto motociclista Luke (Ryan Gosling) como parte de un show itinerante que sirve de metáfora visual a lo que vendrá después: hombres realizando peligrosas y vertiginosas vueltas en un espacio cerrado.
Por casualidad, Luke se encuentra con Romina (Eva Mendes), un acostón de una visita anterior, quien le revela su paternidad de un bebé. El hombre decide quedarse y hacerse cargo del niño, en un intento de formar una familia. Pero Romina ya vive con otro hombre. Mientras maneja su moto a toda velocidad por un bosque, Luke conoce a Robin (Ben Mendelsohn), quien le ofrece trabajo en su taller pero, más en confianza, le propone asaltar bancos en operaciones rápidas.
Hasta aquí El lugar donde todo termina funciona como thriller negro, con su típico héroe solitario, condenado al fracaso. Pero en un intento fallido de asalto, la película hace el salto de la muerte y se centra en otro personaje, Avery (Bradley Cooper), abogado convertido en policía cuya ambición y honestidad lo pone a la contra de sus compañeros corruptos. Entonces la película se vuelve un drama policiaco al estilo de Sidney Lumet. Luego la narrativa salta 15 años –Avery es ya una figura política, candidato a ser el procurador del estado– y nos sitúa en el conflicto entre dos adolescentes cuya identidad no revelaré.
En su largo y sinuoso arco dramático, la película es a fin de cuentas un melodrama familiar en la que los pecados de los padres se heredarán de manera fatalista por sus hijos. El asunto no se sostiene del todo –algunas coincidencias se vuelven demasiado previsibles– y habría ganado bastante con un poco de economía narrativa (sobre todo en la primera parte). Sin embargo, Cianfrance se merece puntos a favor por intentar un relato con resonancia de tragedia griega, bajo la consigna de que es la testosterona lo que mueve a sus personajes. (Aunque Eva Mendes le confiere a Romina un breve conato de importancia, las mujeres sólo cuentan por su impotencia en esta transferencia generacional de machismo patriarcal).
Por otra parte, Cianfrance confirma sus dotes de realizador con un ímpetu narrativo que mantiene el interés de su tripartita apuesta. Con planos largos –que quizá denoten la influencia de los hermanos Dardenne– y una cámara dinámica (debida al fotógrafo inglés Sean Bobbitt), el cineasta nos sitúa en el ojo de ese huracán que se va formando de manera inevitable. Los actores también cumplen. Gosling hace una variante falible de su personaje de Drive, el escape (Nicolas Winding Refn 2011), pero es Cooper quien sorprende con una interpretación tan sobria y plena de gravedad que uno tarda en reconocerle.
Seguramente la saturación de El hombre de acero en la cartelera opacará los demás estrenos, muy escasos. Valdría la pena dejar a un lado la fiebre de superhéroes y prestar atención a un esfuerzo mucho más humano como El lugar donde todo termina.
El lugar donde todo termina (The Place Beyond the Pines)
D: Derek Cianfrance/ G: Derek CIanfrance, Ben Coccio, Darius Marder/ F. en C: Sean Bobbitt/ M: Gabe Hilfer/ Ed: Jim Helton, Ron Patane/ Con: Ryan Gosling, Bradley Cooper, Eva Mendes, Rose Byrne, Ben Mendelsohn/P: Sidney Kimmel Entertainment, Electric City Entertainment, Versimilitude. EU; 2012.
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