Las buenas noticias

Como a muchos ciudadanos seguramente, a mí me gusta ver y oír las buenas noticias.  Las otras son inevitables y más aún en estos tiempos violentos, donde la naturaleza suele desatar sus fuerzas recordándonos cuán frágiles somos, pero especialmente son algunas gentes (me cuesta decirles personas) las que parecen competir en demostraciones de barbarie y desenfreno. Permítanme renunciar a poner ejemplos.

Aunque a algunos periodistas y empresarios de medios les disguste, el pauteo de la información que ofrecen es una decisión de la que sí son responsables. En ella está implícito el reconocimiento de que la sociedad “consume” más las noticias que lo estremecen, por esa extraña fascinación que genera la muerte o el sufrimiento. Y me viene a la memoria esa otra frase que considero ambigua y poco edificante: hay que ofrecer lo que le gusta a la gente.

Por eso, porque es un homenaje a la vida, he disfrutado tanto de la noticia que nos trae la visita de tres paisanas nuestras, Melissa Soriano, Aracely Quispe y Rosa Ávalos, todas ellas ingenieras de la NASA (Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio - USA) que por estos días han venido a compartir sus experiencias con algunos afortunados estudiantes de Lima, Cusco y Puno.

Lamento que sus especialidades no sean adecuadamente comprendidas por mí, pero es imposible no emocionarme cuando una de ellas, por ejemplo, ha tenido que seguir el aterrizaje de un robot en Marte, tan sólo a 248 millones de kilómetros de la tierra. Otra aplica sus conocimientos  para saber -gracias a los satélites- cómo monitorear la desglaciación de los nevados. Y la tercera debe ocuparse de atender las necesidades de energía y mantenimiento de una estación espacial que orbita la tierra a 385 kilómetros de distancia.

Como ellas hay cientos y aún miles de peruanas y peruanos cumpliendo tareas valiosas en diversos lugares del ancho mundo. Si la cifra gruesa en el extranjero estuviera, como se calcula, entre dos millones y medio o tres millones de paisanos, la mayor parte de ellos decidió emigrar buscando las oportunidades que no encontraba en nuestro país, especialmente en las tres últimas décadas del siglo pasado. Pero también muchos habrán ido a estudiar, algunos retornaron y otros decidieron quedarse a trabajar. Si alguien criticara a quienes ejercen su profesión fuera del Perú, creo que no sería del todo justo. Primero porque si su permanencia es la muestra de su éxito, deberíamos saludarlo. Segundo, como en el caso de nuestras paisanas visitantes, no hay sitio para sus profesiones en nuestro país. Todavía.

Ojalá supiéramos más de quienes laboran exitosamente en el extranjero. El país tiene en ellos un nexo con el mundo, los embajadores de nuestra imagen y los portadores del conocimiento que muchas veces necesitamos. Sus triunfos nos hacen crecer como colectividad.