El 3 de julio el cardenal Juan Luis Cipriani cumplió 25 años de su consagración episcopal, es decir, de obispo. Es un pastor que por su franqueza al hablar y por defender la verdad y en voz alta la doctrina de la Iglesia, es cuestionado por los izquierdistas.
En este sentido, ha sido blanco de injustos improperios por salvaguardar la vida, el niño por nacer; preservar a la familia, oponiéndose firmemente a la unión gay, que va contra la naturaleza; y el férreo resguardo de los valores. Es criticado por ello, y le encajan el sambenito de conservador, olvidándose que es preconizado desde siempre por la Iglesia y que, en especial, los obispos y sacerdotes deben defender a rajatabla.
Infortunadamente no todos alzan su voz como debe ser, dejando a monseñor Cipriani solo ante las arremetidas de los “modernistas” y caviares. Jamás dijo, por ejemplo, que “los derechos humanos eran una cojudez” o que había puesto un letrero en el frontis del Arzobispado de Ayacucho: “aquí no se atienden derechos humanos”. Todo es una patraña de la izquierda para desprestigiarlo.
Pocos resaltan que toda su vida se ha comprometido en la causa de los pobres y en impulsar las vocaciones. En Ayacucho (levantó la fe en medio de la violencia terrorista) y Lima reabrió seminarios. Fundó un monasterio de clausura en Manchay, ciudad a la que le ha dedicado todo su esfuerzo pastoral, levantando escuelas e institutos. Además, en El Agustino construye casas prefabricadas para las familias más pobres. Sin duda un fructífero aniversario.
(*) Periodista. Miembro de la Prensa Extranjera. Analista internacional
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