Desafortunadamente para Alejandro Toledo Manrique la mentira nunca tendrá bases sólidas al desmoronarse ante la verdad. Engañar sobre su presunto enriquecimiento ilícito, lavado de activos y defraudación tributaria es un delito irreparable, al tergiversar sin apoyo alguno la realidad. Manipular la simbología de “Ecoteva” es patético, quedando sin piso cuando el señor Maiman desensambló su falaz testimonio, un trágico papelón que le traerá innumerables malos momentos.
Sujetos como él construyen en su audacia versiones a partir de insólitos argumentos fragmentados. Al no probar nada, confunden lo real y recurren al dicho sin sustento, desesperados por querer hacer valedera una ficción, sin darse cuenta que esa ilusa fantasía en la cual viven no convence a nadie, siendo como las inventivas fábulas de Esopo. Al mentir construyen argumentos falsos –lo que hace magistralmente el señor Toledo–, manipulando hechos y personas sin pensar en las consecuencias. Su confundido lenguaje se sustenta en la incongruencia y contradicción, apoyado por la quimera y ficción, estando hace un mes colgado en los quioscos de todo el país como un mentiroso, un amoral carente de vergüenza que deberá responder ante la Justicia por lo hecho.
Obligatoriamente, usa la figura del “fabulador”, aquel singular personaje que se autoinventa historias que sólo él cree. Por ello es el audaz y perfecto “mitómano”, que movido por revanchismo, despecho y frustraciones disfruta de una suerte de “toledorgasmo”, al extremo de perjudicar a su indefensa suegra y otros en el rol de sustituta, suplantadora o testaferro para, escondidamente, beneficiarse. Recuerden a Zaraí, el falso examen para desconocerla, obligar a que renuncie la primera ministra por ser más popular que él, humillar al vicepresidente, señor ingeniero Waisman, y quedarse sin talentos, soñando en ser una celebridad, cuando es una falsificada figura de plástico.
Estamos ante un operador maquiavélico que es capaz de “matar simbólicamente a su madre en el terremoto de 1970 en Yungay”, según sus protervos intereses y utilizar una posición personal, familiar, social y política para convertirse, primero en verdugo haciendo que la anciana suegra cargue con toda la culpa y luego frente a la opinión pública en una sufrida víctima. Su careta de perjudicado es otro rasgo de su turbación; para ello, el libro “Historia de dos aventureros: la política como engaño” (Jara, 2005); esa es una caja de sorpresas que aclarará cualquier duda. Pero lo sorprendente es ¿cómo él puede enseñar en una prestigiosa universidad extranjera, ser conferencista y pretender en el 2016 ser candidato presidencial?, cuando su peso específico es cero.
Según especialistas consultados en salud mental, unos afirman que si el discurso está sustentado en convicciones anormales estaríamos en el terreno de la patología delirante. Cuando el falso acusado tiene la insinceridad como fin, otros expertos lo ubican en el campo de la mentira patológica, estimando la población que es un redomado sinvergüenza. El ex presidente Toledo debe dejar de contar patrañas y recordar cómo los presidentes Nixon y Clinton tuvieron la entereza de reconocer sus enredos y disculparse, pero eso sería pedirle peras al olmo. Contrariamente, esconderse en el blindaje del ocultamiento arrastrará a sus seguidores como a sus momentáneos esqueléticos socios de hoy, cual ancla al fondo del mar para que reposen en el mayor anonimato. Un informe Kroll como él pidió le caería a pelo y según Miguel de Unamuno: “el silencio es siempre la peor mentira”.
Nota publicada en larazon.pe