La gran diferencia entre liderar y mandar una nación
El gas lacrimógeno afecta al que se lo lanzan pero, políticamente, es peor para el presidente Ollanta Humala, quien hoy empieza su tercer año en medio de una protesta social que –cuidado– se puede saber dónde empieza pero nunca dónde termina.
Si Humala no fuese hoy el presidente, y otra persona ocupara ese puesto e hiciera algunas cosas que él está haciendo, seguro que él habría estado ayer marchando por las calles tratando de liderar el malestar ciudadano contra el gobierno.
La situación política del presidente Humala hace un año, cuando empezaba el segundo de su mandato, no era sencilla: la conflictividad social era creciente y Conga había zarandeado su liderazgo.
Su respuesta fue cambiar de gabinete, reemplazando a Óscar Valdés por Juan Jiménez, pocos días antes del mensaje, con la intención de darle un rostro dialogante al gobierno.
Hoy, un año después, la perspectiva ha empeorado, entre otras razones porque la ciudadanía ha perdido la ilusión en el gobierno (como concluye la encuesta GfK publicada ayer en La República); porque la confianza empresarial cayó en julio a su peor nivel; porque el gobierno está aislado; pero, sobre todo –lo que es preocupante– porque el liderazgo presidencial está aún más debilitado.
Frente a este panorama, la respuesta del Presidente refleja dificultad para entender lo que la calle le está diciendo. En este sentido, sería un error creer que la ciudadanía anda molesta con el gobierno únicamente por la indignación comprensible y previsible de la repartija, un asunto en el que el presidente Humala tuvo un papel protagónico.
La repartija solo es el rasgo más reciente de un proceso sostenido de desprestigio de la política y sus políticos, quienes son percibidos como gente que llega a la escena pública únicamente para servir, a través de ella, sus intereses particulares.
La repuesta presidencial a este panorama complejo es insuficiente. Primero, mantiene al frente del gabinete a un premier light con tres nuevas ministras que refuerzan la sensación de equipo tecnocrático pero sin capacidad de manejo político, algo que le faltará en el tercer año.
Segundo, a un Congreso descuajeringado le pone al frente a Fredy Otárola cuya vocación es por la demolición y no por la construcción de puentes políticos, algo que le hará mucha falta durante el tercer año.
Tercero, el Presidente aún no encuentra cómo transmitir confianza a la inversión así como a una ciudadanía cada vez más descontenta.
Ojalá que el mensaje de hoy del presidente Humala sea menos arrogante, más autocrítico, que abra escenarios en vez de írselos cerrando, y que transmita la sensación de que él entiende que liderar una nación no es lo mismo que mandar en ella.