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Lunes 29 de julio 2013

¿Qué es la patria?

Por: Jorge Rendón Vásquez - 29 de julio de 2013
¿Qué es la patria?
Foto: ingeniera-nha.blogspot.com

Cuando asistí a mi primer desfile escolar por Fiestas Patrias tenía siete años y estaba en primero de primaria. Varios días antes, mis padres me compraron un camisa blanca, un pantalón largo, que, creo, fue el primero que usé, una correa y un par de zapatos negros. La ciudad y la calle donde vivía se volvieron un torbellino festivo, y el tan esperado desfile en la Plaza de Armas me suscitó un indecible y nuevo sentimiento de alegría.

Este acontecimiento, con banderas voluntarias sobre muchas casas, se repitió año a año, y siempre lo esperaba alborozado. No sabría decir si ya entonces me llegaba de ese modo el primer mensaje con la noción de patria.

Creo que ésta vino a mí, nítida, recién cuando cursaba el primer año de media en el Colegio de la Independencia, estudiando un folleto de instrucción premilitar. La patria —decía, hasta donde recuerdo— es el lugar donde uno ha nacido, su gente, su espíritu, su tradición, todo. Comenté con mis amigos de la Calle Nueva esta lección y comenzaron a surgir algunas preguntas. ¿La patria abarcaba a todos: a buenos y malos; a pobres y ricos; a sabios e incultos?

Más tarde, ya en el primero de Letras de la Universidad, me pregunté: ¿cuándo apareció la noción de patria en el Perú? No pude encontrar una respuesta categórica y lógicamente admisible. Los textos de Historia separaban las etapas de la existencia de nuestro país en compartimentos estancos, con caracteres intransferibles. Así resultaba que la República nació ya hecha el día en que San Martín juró la independencia del Perú en la Plaza de Armas de Lima, ante una multitudinaria concurrencia, emocionada hasta las lágrimas, mientras asomaba en su  conciencia la idea de patria.
¿Fue así cómo apareció esa noción?

Trescientos años después de que los conquistadores españoles pisaran el territorio del Tahuantinsuyo, éste seguía siendo una posesión del Reino de España. Todos sus habitantes eran súbditos españoles clasificados en castas raciales, estrictamente determinadas por las Leyes de Indias. En la cúspide de la pirámide social estaban los españoles nacidos en España y América. Seguían, en orden descendente: los mestizos de padres españoles y madres indias; los individuos originados por varias mezclas raciales; los esclavos negros; y los indios. Como casta privilegiada, las familias españolas concentraron en su poder la propiedad de cuanto bien tuviera valor; sólo ellas tenían acceso a la educación en todos los niveles y a los cargos administrativos del Virreinato; y vivían pendientes de los virreyes y otros funcionarios enviados por la Corona española, a los que se desvivían por halagar.

A diferencia de lo que sucedía en Buenos Aires, Santiago de Chile, Caracas, Bogotá y Charcas, la inmensa mayoría de españoles nacidos en el Perú, o criollos, no evolucionaron, ni económica ni ideológicamente, y se sentían tan españoles y realistas como si hubieran nacido en España. Las ideas del iluminismo europeo y de la Revolución Francesa, que la efímera Constitución de Cádiz trajo como un resplandor, fueron repudiadas por ellos como una aberración y una traición a la patria, la patria española, por supuesto.

Esas ideas se colaron, sin embargo, y las asumieron unos cuantos intelectuales criollos, cultivándolas en secreto y casi sin la posibilidad de convencer a otros. Los virreyes Fernando de Abascal y Joaquín de la Pezuela, ambos militares, no se fatigaban de hacer ejecutar a los que sus alguaciles y soldados podían atrapar, muy fácilmente por las denuncias de los vigilantes vecinos. Era del todo imposible que en este medio, tan cerrada y fanáticamente adepto a la Corona de España, hubiera podido surgir una revolución independentista. Los patriotas de Argentina, Chile y la Gran Colombia, que ya habían independizado a sus países, avizoraron claramente el peligro que representaba la subsistencia del Virreinato del Perú, con un ejercito de más de veinte mil hombres y una poderosa flota.

Cuando San Martín ingresó con sus tropas argentinas y chilenas a Lima, tras la retirada a la Sierra del virrey La Serna y su ejército, capturaba una ciudad española hostil. Los pocos patriotas se atrevieron a abandonar el secreto conspirativo, y colaboraron con él en la difusión de las ideas libertarias, y con ellos el Libertador se dispuso a organizar un nuevo país.

Las familias de criollos contemplaban, primero furiosas y, luego, resignadas la ocupación por el ejército libertador. Y poco a poco comenzaron a dudar de la eficacia del ejército realista, confinado a las montañas y los páramos de la Sierra, hasta que muchas se rindieron ante la evidencia de que su mundo estaba cambiando muy rápido y, al parecer, de manera irreversible.

Entonces, en la conciencia de muchos de esos criollos dueños del poder económico brilló como un relámpago una idea maravillosa: si el ejército libertador llegaba a triunfar y el Virreinato del Perú se convertía en un país independiente, ellos heredarían el poder de gobernarlo. No había otros que pudieran disputárselo. La masa mestiza carecía de educación y estaba totalmente subordinada a ellos, económica y anímicamente, y los indios, subyugados y hundidos en la ignorancia, no contaban para nada como fuerza social; y ni hablar de los esclavos negros.

Los patriotas comenzaron entonces a reproducirse, y se acercaron a San Martín, a quien esta conversión de última hora le venía de perlas, aun siendo tan confiable como las arenas movedizas.
El 15 de julio de 1821, San Martín reunió a los miembros del Cabildo de Lima y a otros vecinos notables, y les propuso declarar la independencia del Perú. Todos estuvieron de acuerdo y firmaron el acta. La ceremonia de juramentación de la independencia, en la Plaza de Armas, quedó para el 28 de julio.

El 3 de agosto de 1821, San Martín se proclamó Protector de la Libertad del Perú. Envió, en seguida, a España una comisión con el encargo de buscar un príncipe que encabezara aquí una monarquía constitucional y gobernara a esta población que, en su mayor parte, abrigaba íntimos sentimientos realistas. El 27 de diciembre convocó a elecciones para la conformación de un Congreso Constituyente.

El pequeño grupo de intelectuales liberales, que ahora tenía detrás de sí a los novísimos y cada vez más numerosos patriotas, se opuso al proyecto monárquico para el Perú: quería una república, y esta oposición creció, aunque más que a la idea misma, a la presencia de San Martín. Coligiendo que sus fuerzas militares serían insuficientes para derrotar al ejército realista, San Martín fue a Guayaquil donde se reunió con Bolívar el 22 de julio de 1822. Mientras tanto las elecciones para conformar el Congreso Constituyente se habían realizado. El 20 de setiembre de 1822, San Martín lo instaló y dimitió ante él de su cargo de Protector. Dos días después se embarcó en el Callao con rumbo a Valparaíso.

El Congreso funcionó en lo que es ahora el Salón General de la Casona de la Universidad de San Marcos. Fue la primera expresión de un gobierno nacional a cargo de criollos. Y comenzaron los problemas de los cuales el más importante era el ejército realista, que desde el interior del país, amenazaba de muerte a la independencia. De habérselo propuesto, esos criollos pudieron haber organizado un ejército de un número similar o mayor al de los realistas, sumándolo a las tropas argentinas y chilenas acantonadas en el Perú. No lo hicieron. La tardía adhesión a la causa de la independencia de esos señores y señoritos no daba para tanto. Lo único que se les ocurrió a los miembros del Congreso fue pensar en un salvador providencial que sólo podía ser Bolívar, y comisionaron al fogoso tribuno republicano José Faustino Sánchez Carrión y al abogado y poeta guayaquileño José Joaquín de Olmedo para pedirle que viniera con su ejército. Bolívar aceptó y llegó al Callao el 1 de setiembre de 1823. Lo proclamaron Generalísimo y Libertador, y lo colmaron de homenajes y agasajos.

Se sabe lo que siguió: las batallas de Junín y Ayacucho, y la capitulación de este nombre, por la cual la Corona española se comprometía a irse para siempre del Perú. Asegurada la independencia, comenzó la oposición de los nuevos políticos a Bolívar. Había terminado la función para la cual había sido llamado, y su presencia en el Perú les resultaba innecesaria y molesta. Bolívar lo comprendió, y el 4 de setiembre de 1826 se embarcó en el Callao, casi en secreto.

En lo sucesivo, el gobierno del Perú pasó de los civiles a los militares y de éstos a los civiles, en un corsi e ricorsi no exento de folklore.

La noción de patria se forjó en las condiciones relatadas, sin fuerza, y la oligarquía, que nunca la tuvo bien implantada, fue indiferente al desgarramiento del territorio nacional por las agresivas y codiciosas oligarquías de ciertos países vecinos. Esa noción se desarrolló recién en el siglo XX, sobre todo por la acción de algunos ideólogos de visión y la labor de las escuelas y los cuarteles. Las expresiones culturales del mestizaje y los medios de comunicación han contribuido a afirmarla, decantando lo que podría llamarse el alma nacional. Pero se mantiene en el rango de una aspiración a la que se debe dotar de menos injusticia y más igualdad de oportunidades, como una fase de la “creación heroica”, invocada por José Carlos Mariátegui, que las mayorías populares deben continuar asumiendo como un deber.

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