El problema lo resolvieron los chinos, con todo pragmatismo, hace ya tres décadas.
Completamente equivocados están quienes pretenden medir con el rasero de los días un gobierno como el que tenemos los venezolanos. Ni cien, ni quinientos, ni mil días de Maduro pueden separarse de los 14 años consumidos por Hugo Chávez en el poder porque, a pesar de las diferencias formales, estamos, apenas, ante una prolongación nostálgica y errática que pretende sustituir lo insustituible.
Sí, está claro que se trata de una copia devaluada, de una imitación lamentable, de un intento por continuar un proyecto que se quedó a medio camino a partir de la muerte del caudillo, entre otras razones porque estando claro el objetivo final de la estrategia (la dominación total de la sociedad) en el avance táctico nada estaba escrito y todo dependía de las corazonadas y muñequeo que Chávez le imprimiera a la conducción política. Y eso dependía de la coyuntura específica, en un momento determinado, ante los que actuaba con no poco talento y recursos inesperados.
Y ahí es donde se pone en evidencia la carencia de imaginación, la simpleza pedestre y a veces la brutalidad (no sólo por su tosca agresividad sino por su deficiencia neuronal) con la que enfrentan los herederos las circunstancias concretas que se le han venido presentando.
En su descargo, no obstante, podría alegarse que Chávez salió de la escena en un momento decisivo, cuando ya los recursos tácticos se le agotaban y la inviabilidad del modelo llegaba a un punto donde la palabra "salida" no aparecía por ninguna parte. De manera que ni la mente más brillante podría hacerle frente a una crisis en puertas, que demanda un giro radical, empezando por la política económica, sin afectar los dogmas básicos del chavismo.
Frente a los signos de la decadencia (insuficiencia presupuestaria, corrupción desatada, alto costo de la vida, acentuación insólita de las diferencias sociales y una violencia imparable), Maduro ha intentado el imposible de adelantar algunas tibias modificaciones y un cambio de actitud, que no son reales ni suficientes porque sin llegar al fondo de los problemas, provocan la repulsa de los sectores radicales, empeñados en la "radicalizar el proceso".
Así, oscilando entre la necesidad del cambio total (la negación del mismo Chávez) y el avance de la revolución (la aceleración de la crisis), Maduro se debate en un dilema que hace ya tres décadas los chinos supieron resolver con todo pragmatismo, ahora mal copiado por los cubanos. Sólo que ni en China, ni en Cuba, fue necesario liquidar, totalmente y de un solo plumazo, las instituciones y formas democráticas, entre otras razones porque éstas no existían. Y ese no es el caso, todavía, de Venezuela.
Nota publicada en eluniversal.com