El asesinato del joven de color, Trayvon Martin, de 17 años de edad, el 26 de febrero del 2012 en la localidad de Sanford en el estado de Florida, Estados Unidos, que ha sacudido a la opinión pública de ese país, ha traído también los viejos fantasmas del racismo, que estaban escondidos en lo más recóndito de la sociedad norteamericana, es decir, en su conciencia colectiva.
Martin, según los relatos que se conocen, merodeaba por los alrededores, vestido con una sudadera que le cubría la cabeza, llamando la atención de George Zimmerman, un vigilante voluntario de aquella comunidad que dio aviso de la novedad a la policía local, la que le dijo que lo vigilara, pero que no hiciera nada más; sin embargo, Zimmerman, quien estaba armado con una pistola para disparar con efectividad mortal a distancias cortas, lo siguió en su vehículo, situación que, los detalles no están del todo claros, tuvo como desenlace un forcejeo entre ambos y el disparo que, según Zimmerman, se vio obligado a hacer en defensa personal de su vida. Un jurado lo acaba de absolver de toda culpa, aceptando la excepción de legítima defensa expuesta por los abogados del acusado, que en el estado de la Florida, tiene además un fuerte sostén jurídico al amparo de la ley conocida popularmente como "stand your ground", algo así como defiende tu posición o tu territorio.
El caso, que por sus características, trae a la memoria algunos de los más sonados crímenes por causas étnicas, en la historia de aquel país, como por ejemplo, el de Emmett Till, un adolescente de Chicago de visita con su familia en la localidad de Money, Mississippi, durante el verano de 1955, pone en entredicho algunos de los pilares en que se fundamenta el sistema de derechos y libertades de EEUU: el libre porte de armas para la defensa personal y el sistema de juicio por jurados, piedra angular de su sistema judicial.
Si "Trayvon hubiese sido blanco, esto no habría pasado", resume lo que familiares de la víctima y los sectores defensores de los de derechos civiles han expresado como corolario de la tragedia. Y es que aun cuando hay cicatrices, la herida del racismo no está cerrada del todo en el país del Norte, que, por el contrario, revive su más oscuro pasado con este suceso que ha obligado al propio Barack Obama, contra toda la tradición de no inmiscuirse en las decisiones del Poder Judicial, de acuerdo al principio de separación de los poderes, uno de los baluartes del sistema político norteamericano, a declarar que ese joven asesinado pudo haber sido él, hace 35 años atrás.
Desde las decisiones judiciales posteriores a la doctrina del "separados pero iguales", que la superaron, de mediados del siglo XX, más cónsonas con la democracia pregonada por EEUU, que permitieron a la gente de color entrar a las mismas universidades donde estudiaban los blancos o sentarse en un autobús sin tener que apartarse, la sociedad norteamericana sumergió el problema de los prejuicios raciales en un pozo profundo, y se hizo la vista gorda, como si todo hubiese terminado. Pero la muerte de Trayvon los revive, en momentos en que preside la Casa Blanca un afrodescendiente, término con el que gusta ahora a los norteamericanos llamar a las personas de raza negra, lo que en el fondo, no hace sino esconder el asunto más que ayudar a resolverlo. Una verdadera prueba de fuego, para una sociedad aparentemente liberal, y un sistema político de derechos abiertos, que tiene muchos barnices y una falsa identidad.
Nota publicada en eluniversla.com