Sobre héroes y símbolos

Las Fiestas Patrias de este año han traído elementos de reflexión que debiéramos aprovechar, no obstante lo provocadores que han sido estos asuntos. O quizás precisamente por ello.

El más reciente y, en apariencia, trivial tiene que ver con unos reportajes televisivos en los que se muestran unas “novedosas” prendas de ropa interior para caballeros, que usan como motivos los colores rojo y blanco (que no son propiedad del Perú), pero que además juegan con elementos extraídos del escudo nacional, destacando uno que lleva íntegramente este símbolo en las posaderas de una trusa. Y allí los límites de lo aceptable parecen entrar en cuestión.

Para algunos ya podríamos estar cerca de un sacrilegio, aunque para otros podría ser apenas un atrevimiento de diseño, sin mala intención, producto de las audaces incursiones del marketing de estas épocas. Es verdad que hace algunos años se llegó a una sanción judicial contra una dama farandulera que, émula aunque más pudorosa que Lady Godiva, cubría su desnudez con la bandera nacional. Pero, claro, los tiempos cambian…

Por otro lado se exhibe una obra teatral (es un genérico que exime de clasificaciones) titulada “Perú ja ja” en que se muestra, con visión socarrona, unos supuestos históricos presuntamente divertidos (para la autora) que estarían detrás de sucesos que hemos estudiado desde las aulas. No se trata –según sus críticos- de una posible interpretación de los hechos a través de una visión alternativa o probabilística, que es una posibilidad que el teatro permite. No.  Es una “magistral clase de Historia del Perú en joda” según la autora. Es decir, una broma sobre temas de notoria significación para la identidad nacional.

Una crítica feroz y formidable de Gustavo Faverón Patriau señala que resultan lastimosos e insoportables  no solo los autoelogios que se dispensa la escritora Rocío Tovar, sino la ignorancia manifiesta y el tratamiento grosero del heroísmo de figuras emblemáticas de la historia nacional, como Francisco Bolognesi y Alfonso Ugarte en la guerra del Pacífico de modo concreto, no obstante la probanza documental de la magnitud de sus sacrificios. Pero más atrae la obtención de la risa absurda que las escenas provocan, derivadas de otro antivalor que parece no conmovernos demasiado: que la solidaridad y el sacrificio son sólo atributo de los tontos (que Faverón denomina de otra forma más rotunda).

Frente a esto último, especialmente, recobra interés la puesta en escena del drama histórico “Bolognesi en Arica”, escrito y dirigido por Alonso Alegría, que en una corta y brillante temporada supo poner en apuros al público asistente, enfrentándolo a las circunstancias que jugaron en torno a las decisiones de los oficiales que acompañaban al coronel Bolognesi a la hora de decidir entre el honor nacional del que eran depositarios y la sobrevivencia tan pragmática como mezquina. Ojalá sea repuesta muy pronto.

Somos un país que necesita la fuerza unificadora de los hombres y los símbolos que nos hagan factible vivir un sentimiento de colectividad y que, por necesidad intrínseca, merezcan todo nuestro respeto. Los héroes no son dioses; pero su paso por este mundo y por nuestra historia nos recuerda que esas vidas tienen más sentido cuando con un acto noble, aunque fuera solo uno, reivindican la banalidad de muchas otras.