Todos los ojos del mundo se concentraron a partir del pasado miércoles 14 de agosto en Egipto, horrorizados ante la brutal represión del ejército a los Hermanos Musulmanes, partidarios del recientemente depuesto presidente Mohamed Mursi, que dejó un saldo de más de 1000 víctimas. Al horror frente a esta masacre, se sumó el desconcierto, ante la tibia reacción de la llamada “comunidad internacional”, en particular de los EEUU, que condenó de boca para afuera la violencia desmedida de los generales egipcios, al mismo tiempo que expresaba su incondicional apoyo de no revisar la cuantiosa ayuda militar que les presta y que bordea los 1.500 millones de dólares anuales. Esta tibieza hipócrita para condenar los sangrientos sucesos en Egipto nos ponen ante la cruda realidad que cuando se tienen que defender los intereses hegemónicos de los EEUU en el Medio Oriente, la democracia y las vidas humanas no tienen ninguna relevancia ni valor, supremo mandamiento de la política exterior americana, tanto de George W. Bush como de Barack H.Obama.
Desde la expulsión de cerca de 5 mil asesores militares soviéticos por el gobierno de Anwar Sadat en 1972, el ejército egipcio ha sido un dócil instrumento de los EEUU para defender sus dos principales intereses geopolíticos en la región: la seguridad de Israel y el control del Canal de Suez.
Durante 30 años los EEUU convivieron plácidamente con la dictadura del general Mubarak, y ante las masivas revueltas callejeras en su contra, intentaron hasta el final que los militares se mantuvieran en el poder. Su tímido apoyo al gobierno electo de los Hermanos Musulmanes, del depuesto presidente M. Mursi, no resistió ni un año. Nunca hubo una real intención de devolverle el poder a los civiles y ni permitir un proceso democrático en la región, y mucho menos en Egipto. La altisonante propaganda de la llamada “primavera árabe”, sostenida por los países occidentales interesados súbitamente en la democracia y el bienestar de las poblaciones en el Medio Oriente, acompañada de la doctrina del “deber de injerencia”, para justificar las musculosas intervenciones militares en Irak, y Libia, y su apoyo a la rebelión armada en Siria, se desnuda completamente y muestra su verdadero rostro en el horroroso baño de sangre del frio “invierno egipcio”. Una vez más las democracias occidentales se acomodan sin ningún escrúpulo con regímenes autoritarios sacrificando la libertad de los pueblos en el altar de sus intereses geopolíticos.
El reciente nombramiento de Robert Ford, como embajador norteamericano en Egipto, fue un presagio de que los EEUU se preparaban para un desenlace violento de la crisis política interna en el país de los Faraones. Ford no es un diplomático cualquiera, viene precedido de su activa intervención a favor de la rebelión armada en Siria, y anteriormente, como adjunto de John Negroponte en la embajada norteamericana en Bagdad, estuvo al mando de la organización de los escuadrones de la muerte que sembraron el terror para imponer la ocupación americana y que destruyeron irreparablemente el tejido social en Irak. Ford es una señal clara que los EEUU están nuevamente jugando la carta de una dictadura militar en Egipto como la mejor manera de defender sus intereses hegemónicos en la región.
El horizonte en Egipto y en la región es efectivamente sombrío y preocupante. Mientras que los militares renuevan sus esfuerzos por liberar al exdictador Mubarak, la sangrienta represión a los Hermanos Musulmanes continua, a lo que se suma la decisión del gobierno del General Al Sisi de prohibir los partidos religiosos, alejándolos así definitivamente de las contiendas electorales y empujándolos al extremismo y a la rebelión armada, poniendo a Egipto ante el abismo de una guerra civil prolongada como hoy sucede en Siria. Por otro lado, la apuesta por los militares en Egipto refuerza la alianza de los EEUU, Arabia Saudita e Israel, en su determinación de defender sus respectivas agendas en la región sin escatimar en el uso de la fuerza. Esto incluye, no sólo una próxima contraofensiva militar en Siria con las milicias que se están adiestrando actualmente en Jordania, con los nuevos armamentos proporcionados por los saudíes y los EEUU, sino también, muy probablemente, una nueva intervención militar israelí en Líbano con el objetivo de golpear al Hezbollah que se ha convertido en uno de los soportes militares del gobierno de Assad. El trasfondo de toda esta cruda violencia son intereses geopolíticos que se resisten a reconocer la voluntad y la soberanía de los pueblos, y que han conseguido transformar lo que se presentaba como una primavera democrática en el mundo árabe, en un sangriento y mortal invierno autoritario.