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REDES SOCIALES
Miércoles 18 de septiembre 2013

Maduro Marx

Por: Rubens Yanes
Maduro Marx
Foto: Presstv.ir.

Nicolás Maduro se debate entre dos Marx: Carlos, el filósofo alemán que dio origen al socialismo de los siglos XIX, XX y XXI; y Groucho, el bigotudo comediante estadounidense que, junto a sus hermanos Chico y Harpo, hizo reír al público que acudía a ver sus películas.

Día tras día, Maduro se dedica a pregonar las bondades de la ya obsoleta doctrina marxista, que sólo ha traído ruinas y atraso a los países que han tratado de implementarla. Pero en su indetenible perorata, siempre nos regala algunos dislates que causan risa, si no pena propia y ajena.

"Millones y millonas", "libros y libras", o la mundialmente famosa "multiplicación de los penes" son sólo algunos de las frases memorables que el sucesor de Chávez ha dejado para la historia.

Cada vez que lanza alguna de estas perlas, el público se conmociona y comienzan las especulaciones: que lo hace por ignorancia, que si el amigo es disléxico, que en realidad lo  hace adrede para llamar la atención. Esta última tesis es avalada por el mismo Maduro, quien afirmó que sus errores son una táctica ante el bloqueo de los medios privados.

Sea cual sea la explicación, en lo personal lo que me estremece es ver cómo Maduro se jacta de sus desatinos. El hombre si bien se disculpa en el momento, no enmienda, no trata de mejorar; por el contrario, luego se ríe y nos invita a aceptarlo como es, e incluso a reírnos y celebrarlo con él.

Es la democratización de la mediocridad. La celebración de la vulgaridad.

No se tiene que ser moralista, para entender que cada disparate dicho por Maduro deja una nefasta huella en la sociedad. Es reflejo y multiplicador de una actitud ante la vida que, en nombre del colectivismo, reniega de la vocación individual por la excelencia, por la superación.

Toda la metáfora de "Maduro" puede ser vista con recelo. El "presidente obrero" llegó al cargo no por haberse formado o por haber forjado su liderazgo, sino por haber sido ungido. No tiene nada de malo ser obrero y llegar a presidente; lo malo es enviar el mensaje de que el trabajo, el estudio y el esfuerzo personal valen poco ante los amiguismos y las sumisiones. Y que ante nuestras carencias, podemos regodearnos y poco tenemos que hacer para mejorar.

Nota publicada en el universal.com

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18 de septiembre 2013
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