En medio de polémicas a mi parecer infructuosamente cruentas, prefiero adoptar el silencio y refugiarme en el sosiego de mi conciencia. Pero con frecuencia hay amigos verdaderos y seguidores que con genuino interés requieren mi opinión.
Me parece que en todo tiempo (y quizás en todo lugar y cultura) la relación homosexual ha sido expresión desconcertante y libérrima de espíritus audaces. Y es en esas cualidades que puede encontrar fundamento y alcanzar grandeza. El amor gratuito es la manifestación excelsa de la homosexualidad: es decir, "amar sin esperar otra utilidad", según el verso de uno de mis poemas.
Es paradójico, por tanto, que los homosexuales gregarios y constituidos en "colectividad" quieran someter su condición asumida, a la "ley". Y tener título y contrato. Y no es paradójico sino patético que exijan, siendo como han sido disidentes profundos, "tener derecho" a mimar la institución más tradicional, etnológica y delimitada del común de los mortales.
En mi sentimiento, es cortar un vuelo de incalculables proyecciones. Y es declarar una guerra (como se ha visto en la tolerantísima Francia) allí donde se había ya encontrado manos tendidas y mentes afectuosas.