Una tragedia llegó a los titulares hace pocos meses: un adolescente de quince años se suicidó ante el constante maltrato de su familia que lo rechazaba por ser gay. Además de su muerte, lo conmovedor fue el comentario de la madre en el velorio: “Después de muerto que sea lo que quiera, pero mientras estuviera vivo no lo iba a permitir”.
En estos días en que se debate la unión civil no matrimonial para parejas homosexuales, la historia de Luis Enrique viene frecuentemente a mi memoria. No puedo ni imaginar la desesperación y el dolor que debe haber sentido para acabar con su vida de esa forma, colgando su cuerpo de las vigas de su casa.
El proyecto de ley presentado por el congresista Carlos Bruce no es solo un reconocimiento de derechos, justo y necesario por cierto, para una población tradicionalmente excluida y maltratada.
Este proyecto –y el debate que ha suscitado– es un salvavidas para personas como Luis Enrique que pasarán de ser considerados seres anormales y enfermos, a ser objeto real de protección y reconocimiento por parte del Estado, más allá de la Constitución que desde hace años nos dice que no debemos ser discriminados por ningún motivo.
Reconocer la igualdad de derechos es un mensaje a una sociedad que debe entender que no puede permitirse la burla, el estereotipo ni la violencia hacia la población LGTBI.
No encuentro una razón válida para negarse a aprobar el proyecto. Que las encuestas digan que la mayoría de la población está en contra solo es una prueba más de lo arraigados que están los prejuicios en el Perú y que es urgente erradicarlos.
Que la familia solo es la constituida por papá, mamá e hijos implica negar la realidad que vivimos las personas divorciadas, las que no tenemos hijos, las madres solteras y tantos otros peruanos y peruanas que no encajamos en ese esquema.
Que Dios prohíbe las uniones homosexuales es darle a la Biblia prioridad sobre la Constitución para regular normativamente un Estado laico como el Perú. Eso es inaceptable.
Que los niños no entenderán estas uniones es trasladarles nuestros propios prejuicios, los que quizás no tendríamos si en nuestra infancia alguien nos hubiera explicado la amplitud del amor y de la igualdad.
Por el contrario, encuentro muchas razones para apoyar el proyecto de unión civil y, además de todas aquellas que tienen que ver con la igualdad y la inclusión, la más poderosa es la memoria de Luis Enrique.
Aprobar este proyecto, por tanto, se vuelve en una apuesta por la vida, una esperanza de un país mejor y la certeza de que estamos en el lado correcto de la historia.
(*) Invitada a publicar este artículo en la columna correspondiente a Augusto Álvarez Rodrich