Estamos en un buen momento para producir un viraje en la conducción económica del país. La desaceleración, producto de la crisis mundial, empieza a tocar nuestra economía y ello constituye una oportunidad para cambiar. En Otra Mirada hemos propuesto una alternativa de reactivación económica inmediata (Ver Otra Mirada 26) para paliar los efectos de la desaceleración, pero creemos que también necesitamos un programa de mediano y largo plazo. En ese horizonte mayor el tema de la industrialización juega un papel fundamental porque ella constituye, según lo señala la experiencia internacional, la única salida para tener trabajo decente para las mayorías e integrar económica y socialmente nuestros territorios, lo que permitirá desarrollar los mercados internos y poder exportar mercancías con valor agregado.
La idea de industrialización tiene, sin embargo, un estigma en el Perú. Cuando se habla de industrializar los críticos refieren al período de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) que tuvo logros importantes en términos de crecimiento del PBI e ingresos de los trabajadores. Sin embargo, la ISI no logró superar sus ineficiencias, como depender de la inversión extranjera y de los insumos importados, por lo que no logró establecerse como un modelo alternativo al tradicional primario exportador. Finalmente, esa industria entró en profunda recesión en la “década perdida” de los 80s por la crisis de la deuda, terminando descartada por la ofensiva neoliberal que buscó borrar todo recuerdo de la misma con el ajuste de 1990.
La situación económica y social actual pone sobre la mesa con especial claridad los problemas del modelo primario exportador y, a la par, evapora las ilusiones de vastos sectores de la población para integrarse alguna vez a él. Queda claro, una vez más en nuestra historia, que el Perú no puede alcanzar el desarrollo tan solo con nuestras ventajas competitivas naturales, las que tenemos sin hacer nada y que son las que nos permiten la exportación de minerales y otras materias primas, sino que necesitamos también de ventajas competitivas dinámicas, aquellas generadoras de cambio tecnológico e inducidas por políticas estatales para orientar y dar sostenibilidad al desarrollo económico.
Desarrollar ventajas competitivas dinámicas es industrializarnos. El desarrollo exitoso de los países asiáticos en las últimas décadas se ha basado, justamente, en el desarrollo de ventajas competitivas dinámicas. En la mayor parte de los casos apostando a la exportación de mercancías con valor agregado, lo que les ha permitido una enorme creación de riqueza con eslabonamientos hacia dentro, lo que ha redundado en puestos de trabajo y desarrollo de sus mercados internos. Hay que terminar por ello con el mito neoliberal de que no debemos tener políticas sectoriales para inducir el desarrollo. Por el contrario es la hora de una autoridad pública fuerte que planifique lo que queremos hacer y de un Estado que intervenga, sin anular el mercado sino dinamizándolo, en los sectores estratégicos de la economía.
Para avanzar en el desarrollo industrial proponemos tres pilares: una agencia de competitividad, que provea de asistencia técnica y promueva la investigación científica y tecnológica, así como impulse el financiamiento de las actividades productivas. COFIDE como banca de desarrollo para que desarrolle líneas de crédito para públicos y privados, con menores intereses y mayores plazos. Un fondo público-privado de capital de riesgo para promover nuevos productos alejados del actual patrón productivo. Y, establecer un mapa de desarrollo económico por regiones, de manera tal que se identifique en cada lugar el tipo de industrialización y diversificación adecuado para que este sea promovido adecuadamente.
Creemos que tomar una dirección de este tipo sería dar los primeros pasos de un proceso en el que varios de nuestros vecinos nos llevan años sino décadas y que el Perú debe empezar lo más pronto posible para ponernos en el camino del progreso.