Las guerras occidentales en África se multiplican. En 2008, los Estados Unidos crearon Africom, un centro de mando unificado para todas las operaciones militares en África. Desde entonces, hubo agresiones a Costa de Marfil, Libia, Mali..., sin contar Somalia y Congo, los teatros de guerras indirectas desde hace años.
Mohamed Hassan, especialista de África y autor de “La stratégie du chaos” en Investig‘Action, nos explica las razones de esas reiteradas agresiones. Dirigidas por un Occidente en plena crisis, tienen como telón de fondo la lucha contra China y el control de las materias primas. “La guerra de Mali tiene por objetivo deshacerse de los islamistas radicales”, se nos dice. Sin embargo, esos mismos islamistas combaten a «nuestro» lado en Libia y en Siria. Y están financiados por “nuestros amigos”: Arabia Saudí y Qatar.
El precedente: crisis y guerra
Desde los años 70, el capitalismo está en crisis. La reacción de los dirigentes mundiales del capitalismo en los años 80 consistió en una política ultra liberal y una ofensiva ideológica encarnizada contra el comunismo. En África, en Asia y en América Latina, esta política fue formulada en los famosos programas de adaptación estructural (PAE), que debilitaron enormemente a los Estados y barrieron todo lo que todavía quedaba de las infraestructuras y de los servicios sociales. En el mundo capitalista, todas las reglas fueron suprimidas, sobre todo – y de la forma más radical- en el mundo bancario. La legislación laboral, la seguridad social y los derechos sindicales fueron igualmente cuestionados.
En 1990, cuando el socialismo se desmoronó en la Unión Soviética, la euforia se apoderó de Occidente: se habló del fin de la historia y de la victoria definitiva del capitalismo. La sigla de cuatro letras TINA (para There is no alternative- no hay alternativa) estuvo muy en boga. Pero, hacia la mitad de los 90, esta euforia se atenuó un poco y el capitalismo en crisis se puso a la búsqueda de una nueva imagen de enemigo. Con este objetivo, la teoría del “choque de civilizaciones”, de Samuel Huntington, se reveló útil. Y, ya en aquella época, el islam fue definido como el enemigo.
Desde el punto de vista estratégico, hubo la influencia del libro de un americano de origen polaco, Zbigniew Brzezinski, “El gran tablero mundial” con el subtítulo American Primacy and Its Geostrategic Imperatives (literalmente “La hegemonía americana y sus imperativos estratégicos”; en su versión francesa se convirtió en “América y el resto del mundo”). Para Brzezinski, los Estados Unidos debían apoyarse en la Unión Europea y en los grandes países del Este europeos, como Polonia y Ucrania, con el objetivo de controlar la totalidad de Eurasia, la extensión de territorio emergido más vasta del mundo, compuesta por Europa y el continente asiático.
En el último periodo de la presidencia de Clinton llegó el proyecto (Project for a New American Century —Proyecto para un Nuevo Siglo Americano), a través del cual los neoconservadores preconizaban la remodelación del Gran Oriente Medio. Esta iba a ser la política del siguiente presidente americano, George Bush Jr. Consecuencia: la primera década de este siglo fue quebrantada por las guerras en Irak y en Afganistán.
Un error de cálculo garrafal
Por violenta e impresionante que haya sido la guerra en Irak cuando empezó hace ya diez años, hoy en día no podemos sino constatar que los Estados Unidos perdieron esa guerra. Tras diez años de ocupación americana, el control político del país está en las manos de un gobierno que escucha más al país vecino, Irán – el sempiterno enemigo de Washington- que a los propios amos americanos. Si con la ocupación de Irak, los Estados Unidos pretendían controlar la producción de petróleo a escala mundial, eso también ha sido un fracaso: una parte importante del petróleo iraquí se encamina actualmente hacia China. Y los aumentos del precio del oro negro han enriquecido igualmente a los países productores de petróleo que no están en buenos términos con los Estados Unidos: Argelia, Venezuela, Libia, Rusia. Esos países han podido de ese modo hacerse con importantes reservas monetarias, lo que ha acrecentado sus posibilidades de tomar un curso independiente.
En lo que se refiere a Rusia, en los años 90 Washington apoyó a los islamistas radicales en Chechenia con el objetivo de debilitar aun más el país. En el curso de una lucha sangrienta, la capital chechena Grozni fue reducida a los escombros y tuvimos que deplorar, además, el drama de los rehenes en la escuela de Beslan (1). Pero Rusia se mantuvo firme y, bajo Putin, se convirtió de nuevo en un país rotundamente autónomo e independiente, beneficiándose además de un fuerte crecimiento económico.
Pero es sobre todo en China donde los Estados Unidos se equivocaron. Su intención era contemplar cómo la búsqueda de la aplicación del libre mercado conducía por fin al desmoronamiento del sistema de Estado socialista, como fue el caso antes en la Unión Soviética. Pero eso no sucedió, y la economía china continuó creciendo. China ha superado, uno tras otro, a los grandes países capitalistas y se ha convertido hoy en día en la segunda economía mundial tras los Estados Unidos, así como en la mayor potencia comercial. Si esta evolución prosigue, sólo es una cuestión de tiempo para que China supere también a los Estados Unidos.
Tras la estela de China se encuentran, por otra parte, cierto número de grandes países del tercer mundo, como India o Brasil, mientras que algunos grandes países africanos se han transformado igualmente en países emergentes: Sudáfrica, Angola y Nigeria. Juntos, los principales países emergentes (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) constituyen lo que se ha dado en llamar los BRICS.
A medida que se desarrollaba esta evolución, cada vez más en Occidente se desesperaban por esa “primavera china” pro-occidental que se hacía de rogar, y la idea de considerar abiertamente a China como a un adversario estratégico se abría camino, a través de una segunda “guerra fría” y de una política de cerco, contención y confrontación. Cuando, en noviembre de 2011, el presidente americano Obama realizó un vasto periplo en Asia, declaró que los Estados Unidos eran y continuaban siendo una “potencia pacífica”, haciendo referencia al Océano Pacifico que separa a los Estados Unidos de Asia. “Asia es, de ahora en adelante, la prioridad número uno de los Estados Unidos”, añadía. No es por casualidad que el primer viaje al extranjero de Obama tras las elecciones presidenciales de 2012 no haya tenido como destino a Europa o América Latina, sino Birmania, un país clave para el cerco político de China.
La creciente importancia estratégica de África
Es en ese nuevo marco político como Africom fue creada en 2008. Se trata de una importante reforma estratégica de los centros de mando supremos del ejército norteamericano. Africom reúne de ahora en adelante a todas las operaciones del ejército americano en África bajo un mando único (cuyo cuartel general se encuentra en Stuttgart), mientras que antaño dependían de tres mandos diferentes. No se trata de una operación de cirugía estética: esta reforma refleja la gran importancia estratégica del continente africano en la política americana de confrontación con China.
Los rápidos progresos de la tecnología hacen que cada vez más las materias primas sean necesarias para la industria de los países capitalistas, pero también para la de China y de las otras economías emergentes. En el subsuelo africano se encuentran importantes reservas aun intactas de petróleo, gas y de metales ordinarios o raros. Se estima que el continente posee el 40 % de las materias primas minerales del mundo, lo cual le confiere una gran importancia estratégica.
El crecimiento espectacular de China y de las otras economías emergentes requiere efectivamente de enormes cantidades de materias primas. Además, los BRICS necesitan muchas posibilidades de exportación y, para ellos también, África representa un mercado de salida muy prometedor. Si los Estados Unidos quieren frenar el ascenso de China (la política de contención), África constituye un elemento clave para la década por venir. Mientras tanto, desde hace algunos años, China es el principal socio comercial de África. Los Estados Unidos vienen en segundo lugar y entre los dos han superado a las antiguas metrópolis coloniales que eran Francia y Gran Bretaña.
Tomar el control de África se hace urgente para Washington, y eso no puede realizarse únicamente por la competición de los actores económicos en el seno de un mercado “libre”. Para el bloque imperialista, se trata por esa misma razón de un asunto militar. De donde se deduce el papel decisivo jugado por los ejércitos de los Estados Unidos y de los países europeos en las guerras de Costa de Marfil, Libia y hoy en Mali. Lo que sorprende en este caso, es que los Estados Unidos se perfilan quizás de manera más discreta a los ojos del mundo exterior, mientras que al mismo tiempo, a través de Africom y de su enorme red política y diplomática, tienen firmemente las riendas en la mano.
Esta intervención directa de los ejércitos de los Estados miembros de la Otan en las guerras africanas, con un papel clave de Africom, no podrá sino acrecentarse en los años venideros. Por otra parte, Africom está implicada igualmente en un número creciente e impresionante de programas de colaboración militar con los ejércitos africanos, bajo la forma de formación y de ejercicios conjuntos. El objetivo es instalarse en el seno de esos ejércitos y, siempre que sea posible, hacer que sean los ejércitos africanos quienes dirijan las guerras que tendrán lugar – pero, naturalmente, siempre en función de los intereses de los Estados Unidos.
Esta estrategia Washington la aplica ya desde hace años en dos países que son muy importantes en el plano estratégico: Somalia y la República democrática del Congo. Los ejércitos, respectivamente, de Etiopía, Uganda y de Ruanda se ocupan del trabajo en el terreno. Hoy en día, los Estados Unidos aprietan el acelerador en el trabajo preparatorio de ese tipo de intervenciones. En 2012, una brigada del ejército americano recibió la misión de dirigir actividades en nada menos que 35 países africanos, un número récord.
Esta tentativa de someter militarmente a África con el objetivo de controlar la influencia económica de China y de las otras economías emergentes se efectúa bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo. Y es así como llegamos al movimiento integrista islámico y a lo que los medios llamaron la “Primavera árabe”.
Del colonialismo francés a la intervención de Mali
El conflicto en Mali se inscribe en un amplio contexto y conlleva una larga historia detrás. Por un lado tenemos a los yihadistas que dejaron Libia para dirigirse al Norte de Mali, armados por Qatar y Arabia Saudí. Y por el otro están los militares franceses, belgas y otros, occidentales y africanos, quienes han intervenido en Mali. Para situar correctamente esta intervención francesa, es necesaria una mirada retrospectiva sobre el colonialismo francés en Mali.
Cuando los colonialistas franceses conquistaron Mali, el territorio formaba parte de una vasta zona económica que se extendía a lo largo y ancho del Sahel. Las caravanas partían de una ciudad oasis hacia otra, en línea recta a través del desierto. En aquella economía original reinaba una armonía entre los campesinos y los nómadas. Los campesinos necesitaban a los nómadas para poder comprarles mercancías provenientes de otras regiones, y constituían de ese modo su clientela. Toda la población de esa región era musulmana.
Esa zona económica era muy próspera en aquella época. El año pasado, la página de Internet celebrity networth.com clasificó a un maliense en la primera posición de la clasificación de los veinticinco individuos más ricos que jamás hayan pisado la tierra. Eso fue posible al convertir los bienes, teniendo en cuenta el precio actual del oro y la inflación a lo largo de los siglos, del rey Mansa Moussa I, que dirigió de 1312 a 1337 un reino situado en el interior del Mali de nuestros días. Ese hombre, hoy en día, valdría unos 400 mil millones de dólares. La región disfrutaba además de una vida intelectual riquísima: se llegó a conocer a Tombuctú como a uno de los primeros y principales centros intelectuales del mundo. En su apogeo, el reino maliense se extendía hasta la costa de Senegal. El árabe era la lengua vehicular.
Pero el colonialismo francés destruyó por completo ese sistema. Para eliminar toda capacidad intelectual, fueron asesinados miles de profesores. Al igual que sucede con la casi totalidad de los países africanos, las fronteras del Mali que conocemos hoy son artificiales. La región formaba parte de lo que por aquel entonces se llamaba el Sudán francés. En 1960, se volvió independiente, primero a través de una federación con Senegal, pero, tras un lapso de apenas dos meses, Senegal abandonó aquella federación. El Mali actual es el cuarto país africano por su superficie. Después del golpe de estado contra el primer presidente nacionalista de Mali, Modibo Keita (1960-1968), el país se convirtió en un estado neocolonial.
Un estado semejante no puede constituir una nación ni puede desarrollarse de manera autónoma. El Norte, una región desértica, está abandonada a su suerte y sus habitantes están discriminados. Existen tensiones étnicas entre los tuaregs (nómadas) y los demás grupos de la población. El comercio a gran escala de antaño ha conocido un total declive. ¿Qué les queda al gran número de nómadas que surcan la región con sus caravanas? Contrabando, raptos a cambio de un rescate, tráfico de personas...
Una parte importante de esos tuaregs se convirtieron en soldados en Libia, en el ejército de Gadafi. Tras su vuelta al Norte de Mali, iniciaron una guerra por la independencia de lo que ellos llaman Azawad –una lucha que, desde algunas décadas, se anima de manera brusca y luego se calma nuevamente. El 24 de enero de 2012, se apoderaron de la ciudad de Aguelhok y mataron a un centenar de soldados del ejército maliense. En el transcurso de los meses que siguieron, continuaron atacando otras ciudades del Norte.
La masacre de Aguelhok suscitó un enorme descontento en el seno del ejército y en las familias de los soldados, pues éstos, armados de manera muy precaria, tuvieron que combatir a insurgentes bien equipados y entrenados. El 22 de marzo, el presidente maliense Amadou Toumani Touré (apodado «ATT») fue derrocado por un golpe de estado de militares descontentos y de oficiales subalternos, bajo la dirección de Amadou Sanogo.
Para los países vecinos de Mali que, tras el derrocamiento del presidente marfileño Gbagbo, sufren intensamente la influencia de Francia, aquello fue un pretexto para anunciar un embargo de armas contra el ejército maliense quien, de esa forma, no tenía ninguna probabilidad de hacer frente a los insurgentes que acudían de forma masiva. Los meses siguientes, el MNLA (Movimiento Nacional de Liberación de Azawad) se apoderó de todo el Norte del país. A continuación, el MNLA fue expulsado a su vez por tres grupos yihadistas: Ansar Dine, Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) y MUJAO- grupos que reciben armas y dinero de Qatar y de Arabia Saudí- y así se rizó el rizo.
Cuando parecía entonces que aquellos yihadistas iban a precipitarse hacia la capital maliense Bamako, el presidente en funciones Dioncounda Traoré habría pedido intervenir militarmente al presidente francés François Hollande (PS).Lo que imposibilitaba definitivamente el plan elaborado con dificultad y esmero por Naciones Unidas y la Unión Africana.
Conclusión
¿Cómo debería evolucionar la situación? A cualquier solución para el conflicto de Mali se le oponen tres problemas importantes.
Primero: nadie está permitiendo a los malienses que resuelvan ellos mismos sus diferencias y problemas mutuos. La injerencia extranjera lo convierte en algo imposible. La guerra sólo exacerbará las tensiones mutuas en todo el país. Si usted tiene la piel más clara que el resto y se le confunde con alguien del Norte, se arriesga hoy en día a no poder atravesar fácilmente las calles de Bamako.
Segundo: los estados africanos son muy débiles, especialmente cuando vemos que un país como Mali no puede ni tan siquiera acabar con una rebelión bien organizada de unos 500 yihadistas. La Unión Africana (UA) también es débil. Los países de la SADC (Southern African Development Community) intentan cambiar el curso de las cosas y estaban en el primer plano de la oposición de la UA a la guerra de Libia. Pero todavía hay demasiados jefes de estado africanos que piensan antes en sus propios intereses, y en las órdenes que reciben de sus amos en Europa y en los Estados Unidos, que en la unidad africana.
Tercero: si, desde el 2008, año en que se agravó la crisis del capitalismo mundial, Francia no quiere convertirse en una nueva España, Italia o Grecia, va a tener que defender su hegemonía en «Françafrique» y alrededor del Mediterráneo. Pero las cosas no se anuncian muy bien para Francia, ya que en África las contradicciones con los Estados Unidos se incrementan. En Costa de Marfil, el ejército francés intervino para instalar a Ouatarra en el poder; ahora bien, en realidad éste último es sobre todo un peón de los Estados Unidos. Y los Estados Unidos han sacado partido de la guerra en Mali para instalar una base para sus drones en el país vecino, Nigeria. En otras palabras, podemos prepararnos a un periodo durante el cual Mali y toda la región que le rodea van a encontrarse en un conflicto permanente, como aquel que conoció Somalia en el transcurso de los años 90.
* Mohamed Hassan es especialista del Oriente Medio y de África. Es autor, con David Pestieau, de “L’Irak face à l’occupation (EPO, 2004) y, con Grégoire Lalieu y Michel Collon, de http://www.michelcollon.info/spip.php?page=produit&ref=chaos&id_rubrique_thelia= La stratégie du chaos, Investig’Action/Couleur Livres, 2012. Fuente: Extracto de “Causas y consecuencias de la guerra de Mali”, artículo publicado en http://www.marx.be/fr/content/%C3%A9tudes-marxistes-no-101 Traducción: Collectif Investig’Action.
Nota publicada en bolpress.com