Tres presidentes de la república de los últimos años -Fujimori, Toledo y García- continúan en el candelero por las peores razones: corrupción y crímenes atroces, pero ninguno parece mostrar signos de arrepentimiento. Nadie ensaya una disculpa, retrocede en algún punto o establece alguna política de control de daños. Todos siguen una conducta de huida hacia adelante y achacan los problemas a sus opositores que urdirían conspiraciones para sacarlos de carrera electoral del 2016 como objetivo supremo. Las acciones de amparo de Toledo y García contra las investigaciones que se les siguen y el show montado por Fujimori son las últimas ocurrencias en este sentido. Alejandro Toledo parece el más afectado por esta situación según diversas encuestas, pero le sigue Alan García cuya suerte podría empeorar si la Megacomisión que lo investiga llega a buen fin y menos tocado sigue Alberto Fujimori, al que lo protege su capacidad de victimización y la red clientelar de su movimiento.
Casi todos los grandes medios se dividen en apoyar a alguno y atacar al otro. El más protegido parece ser García, lo que muestra la preferencia de los poderes fácticos, en especial del grupo El Comercio, para tener un líder que proteja sus intereses. La referencia a Facundo Chinguel como autor de los narcoindultos ha sido el colmo de esa actitud. Pero, lo curioso es que no salen de este trío cuando se trata de buscar referentes. Pedro Pablo Kuczynski que se esfuerza por aparecer como la pieza de recambio no parece cuajar como opción y los años podrían ser una variable que atente contra sus proyectos. Las cartas directamente empresariales, como ha sido el caso con Roque Benavides en las últimas semanas, tampoco aparecen como una alternativa posible.
No es difícil encontrar razones para este comportamiento de huir hacia adelante. La tradición de impunidad que caracteriza a la política peruana los hace pensar con cierta lógica que a pesar de ser coyunturalmente impresentables, no van a la postre a ser castigados o si ya lo están siendo, como es el caso de Fujimori, se librara pronto de la cárcel en la que está pagando sus fechorías. La relación entre este afán de impunidad y la conciencia de la gente no es directa. El público no ha internalizado sino limitadamente esta situación, por ello pueden seguir con sus maniobras copando la escena al infinito. El cuadro se completa con un gobierno débil, como ya hemos señalado, que le teme hasta a estos caudillos disminuidos.
La única posibilidad de modificar este cuadro es la aparición de un nuevo liderazgo. El personalismo en la política peruana le hace difícil producir un recambio a los partidos de derecha, ni siquiera en el Apra sueñan con esa posibilidad. La que más se podría acercar, aunque primero tendría que controlar el comportamiento errático de su padre, es Keiko Fujimori. Por el lado izquierdo, por el momento, no se ven líderes alternativos, la coyuntura en esos predios parece ser todavía de organización y discusión programática. La aceleración en los tiempos políticos podría, sin embargo, jugarles una mala pasada.
Mientras tanto los impresentables siguen de reyes en la coyuntura, tratando de probar que son buenos cuando todos sabemos que son malos. Tendremos que esperar una erupción popular o el hada madrina que rompa el encantamiento.