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Sábado 23 de noviembre 2013

Una mirada al fascinante Sahara

Por: Majid Ait Sahed (*)
Una mirada al fascinante Sahara
Foto: budgettraveltalk.com

Sin lugar a dudas, no hay territorio alguno parecido al Sahara, el desierto cálido, arenoso y rocoso más extenso del mundo, que aún encierra misterios indescifrables y leyendas increíbles, suscitando durante siglos la imaginación fascinante y desbordante en la mente de los aventureros y viajeros. Sahara proviene del árabe Sahra (desierto), y abarca una superficie de 9 millones de km², cubriendo gran parte de los territorios norteafricanos de Argelia, Túnez, Marruecos, Sahara Occidental, Mauritania, Malí, Níger, Libia, Chad, Egipto y Sudán.
 
Imagínese que se extravió en la inmensidad del desierto del Sahara, caminando sin rumbo fijo, en medio de gigantescas dunas de arena fina y soportando el calor implacable y sofocante del astro rey que brilla luminoso en el azul intenso del cielo. Agotado por la sed y el cansancio, con el rostro quemado por el sol tórrido, se detiene contemplando el vasto horizonte desolado y sin aparente rastro de vida. De pronto, divisa a lo lejos a un risueño mozo parado junto a una mesa redonda con sombrilla, sosteniendo en su mano una bandeja con una botella de bebida gaseosa y un vaso con hielo. Sediento y desesperado, empieza a correr como un loco delirante hacia el mozo, y faltando unos metros para llegar a la meta, el personaje y la escena se esfuman por arte de magia. Innegablemente, se dio cuenta que acaba de experimentar una ilusión óptica llamada espejismo, un fenómeno de reflexión total, que turba la mente de los viajeros cansados y aventureros extraviados en el Sahara.  
 
Para numerosos amantes de paisajes exóticos, aventurarse en el Sahara es vivir a plenitud una experiencia única, fascinante y casi mística. De hecho, el gran desierto ejerce una fuerte e irresistible atracción sobre los intrépidos aventureros, que no vacilan en desafiar la inmensidad desértica del Sahara, el calor extremo, el peligro e incluso la muerte. Sin embargo, sólo un puñado de valientes ha sido adiestrado en técnicas de supervivencia en condiciones extremas de desierto cálido.
 
Hace algunos años, hordas de aventureros y turistas extranjeros, fanáticos de los espacios áridos, vastos y desolados del Sahara, debidamente equipados, recorrían a bordo de poderosas camionetas 4x4 y motocicletas cientos de kilómetros de caminos arenosos y pedregosos, tostando sus cuerpos a temperaturas que alcanzan máximos de 70°C en la arena y 50°C a la sombra, sudando con profusión y bebiendo decenas de litros de agua mineral. Sus autos cruzan a lo lejos las caravanas y tiendas de campaña de los últimos nómadas del Sahara, cuya legendaria hospitalidad se expresa sin duda en el refrescante té de menta servido en una típica tetera plateada, como agasajo a los huéspedes extranjeros.
 
Y de pronto un viento conocido como Cheheli desencadena una violenta tormenta de arena que convierte el ambiente en irrespirable, modifica el paisaje de dunas e inmoviliza a hombres, animales y máquinas. Tras la tempestad, las enormes dunas cambiaron de lugar, despistando a los aventureros del Sahara. Al atardecer, un deslumbrante ocaso impregna el horizonte de una acuarela de colores vivos que van desde el rojo anaranjado hasta el rojo pardusco. Al llegar la noche, los turistas y aventureros se alistan a enfrentarse a menudo a una brusca baja de la temperatura en invierno que alcanza 0°C, rechinado sus dientas, pero teniendo como consuelo el maravilloso espectáculo de un cielo despejado y sembrado con miles de estrellas centelleantes.
 
Sólo los nativos del Sahara supieron adaptarse a las condiciones extremas de vida en el desierto. Sin embargo, si nos remontamos a la época prehistórica, hace aproximadamente  10,000 años, el Sahara era una región de bosque subtropical húmedo, con una flora frondosa y poblado por miles de hombres primitivos y animales salvajes. Prueba de ello es el hallazgo de puntas de flechas, rascadores y morteros, sin olvidar de mencionar las pinturas y grabados rupestres de Tassili, en el macizo de Ahaggar, en el extremo sur de Argelia. Talentosos artistas pintaron y grabaron con mucho realismo rebaños de elefantes, rinocerontes, jirafas e hipopótamos sobre extensas paredes rocosas. Los cambios climáticos de la era cuaternaria transformaron paulatinamente el paisaje primario para dar paso a una tierra calurosa y desolada, convertida en la actualidad en un gigantesco museo prehistórico al aire libre.
 
Los descendientes legítimos de los antiguos pobladores del Sahara son los Tuareg, de origen beréber, llamados también Los Hombres Azules, debido a que el color azul índigo de su vestimenta de algodón se destiñe sobre sus rostros al protegerse de las repentinas tormentas de arena. El dromedario sigue siendo el medio de transporte por excelencia para miles de nómadas del Sahara. Este animal domesticado, de la familia de los camélidos, es resistente al calor intenso, soporta la sed y el hambre debido a una  importante reserva de energía y de agua en sus reservas grasas de su joroba, y realiza largas travesías del desierto sin desfallecer. Su dueño goza de un sentido de orientación infalible al cruzar sin brújula inmensos campos de dunas llamados Erg, alternando con vastas áreas pedregosas denominadas Reg.
 
En el Sahara ocurren hechos asombrosos. Cuentan que un hombre argelino ciego y oriundo de un oasis del Sahara, fue llevado de noche en auto a un lugar remoto del desierto y fue dejado allí, y al día siguiente estuvo de regreso a casa sin extraviarse, después de una larga caminata. Y algo maravilloso sucede cuando tras un aguacero repentino y breve, surgen de la arena mojada rocas compuestas por cristales de color arena oscura que se asemejan a una flor, y por ello, se les denomina Rosas del Desierto.
 
En el Sahara, felizmente no todo es calor y sequedad. Vale pues la pena visitar los oasis que son verdaderos paraísos de manantiales, verdor, sombra y sosiego, que ofrecen a los turistas y viajeros un merecido descanso. Mientras haya agua en abundancia, los pobladores de los oasis cosecharán trigo, frutas y verduras. Sin embargo, la reina de los cultivos en los oasis es la palmera datilera. Un dicho reza: “La palmera datilera tiene la cabeza expuesta al sol y los pies en el agua”. Saborear el famoso dátil Deglet Nour como una excelente fuente de energía y con alto contenido de vitaminas y minerales, es reconocer que esta variedad es la más aceptada por los más exigentes paladares del mundo.
 
Aunque el Sahara sea rico en petróleo, gas, recursos minerales y grandes reservas de agua dulce aún no explotadas, permanecerá por mucho tiempo como una tierra de sed. Asimismo, muchos deportistas de aventura derrocharon dinero, destruyeron la naturaleza y contaminaron el medio ambiente del Sahara. Tal fue el caso del cuestionado Rally París-Dakar desde el año 1979. Afortunadamente, algunas asociaciones ecologistas internacionales recomiendan convertir al Sahara en el Santuario de la Humanidad que merece ser protegido para las futuras generaciones.
 
(*) Asesor de Prensa y Promotor Cultural.

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