Grover Pango Vildoso, autor de estas líneas
¿Dónde nos educamos los seres humanos? Desde la infancia en varios sitios: en el hogar –sede irremplazable -; luego en la escuela. Y después, incluso antes de seguir estudios superiores –si hay cómo- hay varios espacios de aprendizaje que van marcando las diversas “pertenencias” que tenemos: la familia y los amigos, el barrio o el villorrio, la ciudad o el pueblo. Luego vendrán otros círculos: laborales, académicos, sociales, religiosos, culturales, tal vez políticos y hasta deportivos, -hoy todos con dimensión global- con los que seguimos interactuando mientras vivimos.
Pero además hay procesos de los que formamos parte casi de modo inconsciente, en los cuales actuamos y de los que recibimos una influencia permanente. El lugar en que nacemos no sólo posee la fuerza telúrica que en algunos casos equivale a un sello, sino que es propietario y hacedor de una historia, de una –o muchas- capacidades productivas, de una policromía cultural que incluye la culinaria, de un clima que condiciona caracteres o recomienda viviendas o vestimentas y, en suma, de un conjunto de rasgos naturales y humanos -un modo de ser- que marca diferencias entre los naturales de aquí, allá o acullá.
Algo de esto, en una trama que necesita entenderse de manera ordenada y eficaz, útil a las pretensiones de la descentralización, capaz de hacer viable la articulación entre los gobiernos y entre los sectores, es lo que asoma bajo la denominación de “enfoque territorial” que el Consejo Nacional de Educación ha tomado como tema de análisis y reflexión. Siendo esta su misión, el CNE busca así aportar con instrumentos idóneos para lograr una educación no sólo de calidad, sino pertinente para el Perú.