Sobre Nelson Mandela se ha escrito mucho en estos días; sin embargo “Mandela”, o Madiba como también se le conoce, ha sido un apellido recurrente en nuestra cotidianeidad desde hace mucho más. “Súperheroe”, “líder”, “admirable político” son algunas etiquetas que le han adjudicado a este personaje analistas, políticos, académicos y ciudadanos de todas partes del mundo. El reconocimiento ha sido significativo y por ello sabemos que estamos hablando de un hombre particular, de un referente, un líder cuyas acciones, antes que su nombre, perdurarán en la conciencia de la colectividad.
Nelson Mandela fue un hombre humilde que, desde esa humildad y paciencia que muchos reconocen, logró derrotar el régimen de exclusión que sufría Sudáfrica (régimen del Apartheid), el cual basaba su poder en la discriminación de la gran mayoría sudafricana sólo por su color de piel. Se reconoce en Mandela la capacidad de sobrevivir, porque las condiciones eran infrahumanas en la prisión de Robben Island a la cual llegó en 1964. Se le reconoce también, luego de dicho período, lograr hacer dialogar a los dos últimos presidentes del Apartheid con su ideología de justicia y, finalmente, derrocar, desde la paciencia, el diálogo y la movilización pacífica, el régimen opresor.
Pero que no se olvide, y esto es fundamental, que Mandela fue un revolucionario en todo el sentido de la palabra y el “pacifismo” profesado luego de su liberación no fue tal siempre. En marzo de 1960, este líder inició la resistencia armada contra el régimen, poco después de la Masacre de Sharpeville. En 1961, Mandela anunció la formación de “Umkhonto we Sizwe” (Lanza de la nación), el grupo armado que dirigió y que estuvo relacionado directamente con actividades de resistencia, razón por la cual Mandela pasó a ser considerado terrorista tanto por las autoridades racistas del Apartheid como por la Organización de las Naciones Unidas.
Pero hay más que de él se olvida, Nelson Mandela fue un militante y un dirigente, sí, del Partido Comunista Sudafricano. No un activista independiente, un líder de la circunstancia o un revolucionario de la sociedad civil. Se trató de un militante que no rechazó ni ocultó dicha filiación y cuyo compromiso con ese partido constituye parte de su historia como también de la de su pueblo. Este dato, por cierto, resulta obviado en los diversos elogios que sobre él se han construido en estos días. Ello es injusto pues su grandeza consiste también en sus bases partidarias y su compromiso con la ideología que defendió desde antes de ingresar a prisión y que persiguió, tal vez desde otras formas, luego de su paso por ella.
Sobre él se han hecho también críticas, lo cual es inevitable cuando se habla de un hombre tan profundo como importante. El filósofo eslovaco Slavoj Zizek resalta que al margen de lograr un primer presidente negro, promulgar una nueva constitución donde el racismo quedara proscrito y no quedarse en el poder como ocurre con diversos “revolucionarios” que gozaron de cuantioso apoyo popular, la emancipación política de Mandela implicó en muchos casos no sólo dialogar sino conceder al régimen. Tal vez no el poder absoluto, pero sí la mantención de ciertas formas de poder, especialmente económico. En palabras de Zizek: si deseamos mantenernos fieles al legado de Mandela, debemos también tener en cuenta las promesas incumplidas que constituyen las sombras del liderazgo que ostentó.
Las críticas son y serán siempre justas frente a las grandes figuras. No se construyen liderazgos sin diálogo, negociación, y por qué no decirlo, tropiezos en el camino. Figuras como Mandela, sin embargo, ratifican la necesidad y, sobre todo, la posibilidad de los liderazgos que, con todas las dificultades posibles, trascienden los obstáculos y se constituyen en acciones y no sólo en discursos, representando finalmente una esperanza para todos aquellos revolucionarios “de a pie” que tenemos en las calles del mundo luchando desde sus espacios contra los diversos tipos de dominación que aún subsisten. Mandela es, para todos ellos, un referente optimista que señala que las luchas por la igualdad pueden ser ganadas, aun cuando la batalla tenga del otro lado a fuerzas robustas. Por ese ejemplo y por esa lección, le estaremos a Nelson Mandela, plenamente agradecidos.