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Martes 31 de diciembre 2013

Año nuevo en tela remendada

Por: Francisco Bobadilla Rodríguez*
Año nuevo en tela remendada
Foto: yucatan.gob.mx

Cuando se es chico o adolescente cada inicio de año, trae novedad. Si equiparamos la biografía personal a una suerte de buena tela o cerámica de calidad, los jóvenes de ordinario llegan al nuevo año con apenas algunas raspaduras. Los que ya peinamos canas, no solo tenemos los achaques de la edad, sino que además –siguiendo con el símil- la tela llega al nuevo año con menos color y más parches. Las novelas que podrían escribirse con estas historias, sazonadas  de momentos estelares y desgarrones del alma, no son del género de la novela rosa, porque no siempre hubo perdiz en la mesa, por decir lo menos. Estas historias de vidas añejas son las que me llaman más la atención, porque -mirada bien las cosas- con los soldados cansados y heridos también se pueden ganar los combates de la vida.

Me gusta mucho, a este respecto, una película del director chino Zhang Yimou, “El camino a casa” (1999). Zhao Di, una jovencita aldeana, se enamora del profesor de la escuela. Es un amor primaveral.  El profesor debe regresar a la capital. Zhao Di prepara uno de sus mejores potajes para dárselo. La carreta ya había partido y Di sale corriendo tras ella. Corta camino, trepa algún que otro pequeño monte, pero tropieza y, al caer, se rompe la sopera. La escena es conmovedora. La comida tirada por el suelo y a lo lejos la carreta alejándose. El llanto de Di es desconsolador. Los días transcurren y su pena aumenta. La mamá toma los restos de la sopera, la misma en la que antes su hija le servía los alimentos al joven profesor, y hace que un artesano la reconstruya uniendo los trozos con grapas. Zhao Di abre como de costumbre la alacena de la cocina y su rostro se enciende de contento cuando encuentra su querida sopera, cuidadosamente parchada por las manos del artesano.

Quien dice soperas, puede decir  igualmente jarrones, adornos. No siempre se trata de piezas finas, muchas veces son modestos objetos, cuyo valor no está en su precio, sino en lo que significan. Me identifico con esos jarrones, sencillos, recios, “galonados con heridas en los más de cien combates que ha luchado”, como dice la letra del “Montonero arequipeño”. Los años pasan y hemos de agradecer que el saldo de fin de año tenga color a oro viejo y aroma de magnolia, pero hemos de saber lidiar, igualmente, con las grapas que sueldan las piezas rotas en el camino. Hay rupturas que son caídas hondas del alma, cosas que debimos hacer de otro modo. Nos sale al encuentro, otras veces, la fragilidad, el cansancio y la malicia. Y las grapas se suman, pero la pieza sigue en pie.

El “currículum vitae” real de los seres humanos no es el que enviamos a las empresas. Allí nos vendemos y hablamos de las maravillas que sabemos hacer. Nadie pone en su hoja de vida sus defectos, su mal genio o penas. La vida es más dramática. Este dramatismo de la existencia humana no se salva con un “tú puedes, ánimo” o con una arenga del estilo “no te preocupes, pues de los errores se aprende”. Todos estos vitalismos me saben a poco. Prefiero mil veces la dulzura del villancico navideño, cuyo estribillo resuma sabiduría cristiana: “Soy una mula, mi Niño, mi Niño, pero te quiero, te quiero”. La caída, el desamor, la tontería son reales y aun así, te quiero. Arrepentimiento y perdón van de la mano. Con el primero se purifica la fuente, con el segundo se abre el camino para volver a empezar: ¡Feliz Año Nuevo!

* Catedrático de la Universidad de Piura

Nota publicada en eltiempo.pe


TAGS: Año Nuevo
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