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Martes 14 de enero 2014

Spear: ¿la bolsa o la vida?

Por: Linda D´Ambrosio
Spear: ¿la bolsa o la vida?
Foto: whatsonsanya.com

En un artículo publicado en este diario, hace ya más de un año, la periodista Luli Delgado explicaba que el número de personas asesinadas durante los últimos catorce años en Venezuela alcanzaría para colmar siete veces el estadio universitario, cuya capacidad se estima en unas veintidós mil almas. En su texto "Casi siete estadios de horror", Delgado señalaba: "a cada una de esas 150.000 personas a quienes sin más les arrancaron de cuajo la vida, se agrega el dolor irreversible de sus padres, parejas, hijos, familias, amigos, compañeros de trabajo y por ahí sigue la lista. ¿Cuánto suma la cantidad de venezolanos que ha llorado mezclando tristeza con impotencia con impunidad? ¿Cuánto daría esa cuenta?".

Parece que el asesinato de Mónica Spear ha venido a dar al traste con la poca paciencia que les quedaba a los venezolanos. El caso en verdad tiene aspectos escalofriantes, entre los que destaca el sufrimiento de una niña que, a más de estar herida, ha pasado por el horror de ver morir a sus padres. Pero no deja de sorprender el revuelo que ha despertado el caso, quizá por tratarse de un personaje público, cuando en realidad este es un episodio que se repite cotidianamente en nuestro país, una situación que viven,  desde el más discreto anonimato,  miles de familias venezolanas.

Se ha clamado por un escarmiento; se ha expuesto cómo la impunidad redunda en que se multipliquen los abusos y los crímenes; las autoridades se han movilizado rápidamente para aplacar la indignación popular, intentando localizar a los responsables de la muerte de la actriz. Sin embargo, si bien es cierto que es necesario poner coto a las barbaridades que se cometen cada vez más frecuentemente,  es preciso plantarse qué es lo que subyace debajo de esa situación.

Hace algún tiempo, una amiga que reside en el extranjero pudo, después de cinco años,  visitar a su familia en Venezuela. De manera inexplicable, en mitad de la noche, un grupo de hampones ingresó en la vivienda. Recorrieron las habitaciones despertando a quienes se encontraban en la casa y los condujeron al salón. Tras diversas discusiones, los rociaron  con gasolina y se dispusieron a prenderles fuego. Por algún motivo, en el último momento decidieron dispararles.

Mi amiga regresó a España con dos balas todavía alojadas en su cuerpo. Tuvo más suerte que sus hermanos: uno de ellos resultó cuadrapléjico y murió meses más tarde; otra, falleció en el sitio, dejando una hija de dos años...

Pienso que todos extrañamos en nuestro entorno a alguien caído víctima de la violencia,  un asunto que ha  llevado a muchos a hacer las maletas, bien con miras a salvaguardar su integridad física, bien buscando poner tierra de por medio con algún evento doloroso que se procura olvidar.

La amiga que sobrevivió al suceso arriba referido, piensa que ha venido operándose un cambio en mentalidad del venezolano, que se desplaza desde una cultura del esfuerzo, de la búsqueda de la autorrealización y el éxito a través de la superación personal, hacia una cultura facilista, en la que se pretende obtener todo por la fuerza y sin ningún trabajo.

A mí, además, me sobrecogen los visos de sadismo que tiñen estas anécdotas. La cinematográfica frase "la bolsa o la vida" plantea una dicotomía entre dos posibles actitudes: quien pasivamente se deja despojar, no habría de correr mayor peligro. Solo quien opusiera resistencia se expondría a una violencia cuyo fin no sería otro que reducir a la víctima para privarla de sus pertenencias.

Sin embargo, resulta evidente que en nuestro país la violencia no se ejerce simplemente en pos de bienes materiales. Si así fuera: una vez perpetrado el robo los delincuentes se retirarían del lugar dejando en paz a sus víctimas. Pero no: hacen gala de una  crueldad refinada que se complace en torturar psicológica y físicamente a los infortunados que caen en sus manos. El odio pareciera desbordarse en las iniquidades que se cometen  contra cualquier ciudadano de a pie.

¿Qué hay detrás de todo eso? ¿Qué persigue quien asume este tipo de actitudes? Está claro que se trata de un problema educativo; de una conciencia no formada. Pero mucho me temo que el ingrediente fundamental de este comportamiento es  el resentimiento, un resentimiento atroz y alimentado por privaciones y calamidades padecidas durante años,  y que se han convertido en un  peligroso caldo de cultivo en el que se han gestado estos males.

La impunidad, en efecto, favorece que se repitan una y otra vez este tipo de incidentes, pero, más allá de eso, es preciso neutralizar los factores que nutren ese resentimiento: es preciso  reparar  las heridas raigales; es preciso detener este engranaje macabro. De otro modo, no será posible poner fin a este tipo de situaciones. Y es preciso, desde luego, exigir  responsabilidades a los encargados de velar por la seguridad de todos.

Nota publicada en eluniversal.com

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