Interrogante permanente en el país. Producto, desde luego, de la escasa posibilidad que tenemos los venezolanos de estar informados de nuestras realidades, como no sea la intensidad con que se "vive" en nuestras pequeñas localidades,"aislados", tal como estamos, cada vez más profundamente, de lo que en realidad acontece en la nación, como no sea un escándalo, imposible de ocultar.
"Aislamiento" preconcebido, muy preparadito, para que indaguemos, de entrépitos, cuántos muertos hubo hoy en el barrio, quién le pegó a la mujer, o el infarto, o la graduación, o el matrimonio o el choque, de aquí mismito. No más. Información localizada en las radios comunales, que difunden lo que les conviene. No más. Con la censura, la autocensura, la escasez de papel (de todo tipo), han ido logrando su propósito de hacernos inalcanzable la información. No hablemos de cifras: cuánto se gasta, cuánto entra al país, los muertos, siempre los muertos, los viajes del presidente. La mayoría de ellos para indagar, en la otra "Isla", esa sí rodeada de agua, qué hacer para contener las furias desatadas en este país entreguista. Las "comunas" son más bien cortinas ocultadoras de la visión del absurdo conglomerado nacional.
La indagación de la respuesta, porque realmente sólo tenemos preguntas: ¿quién gobierna? ¿Usted lo sabe? Porque, vamos, peleles ha habido varias veces en Venezuela, y hasta pelelas de diversos tenores, cantantes y todo, bueno, más que tenores contra-alto. Peleles tuvo Guzmán, quiso tener el Castro más nuestro, y tuvo Gómez. Se dice que Carlos Andrés tuvo sus varias pelelas, que hasta circulan con ramalazos de celos, en canciones populares de un tal Noel Petro, colombiano él. De Lusinchi no se habla acerca de que tuvo pelelas, sino que fue la juntura del pelele y la pelela, más abierto, más democrático, con vehículos repartidos y todo.
En la entrevista a Luis Miquilena efectuada por Roberto Giusti, el domingo anterior, en este diario, el político señala que de algún modo participó para impedir que el asesino que fue Pérez Jiménez viniera a la asunción del poder del entonces golpista electo. Había una conjunción allí no fácilmente discernible entre los dos dictadores militares, caudillos para los más incautos. Chávez, por su lado, buscaba un sincretismo entre dos dictaduras la del asesino que fue Pérez Jiménez y la del asesino que es Fidel Castro. ¿Qué podía salir de allí?
Nada bueno. Eligió incluso, el muerto, moribundo, su sucesor y también lo impuso. Ya sabemos lo imponente que era este presidente muerto más cercano que nos cambió el caballito del escudo, las estrellas de la bandera, el horario en que nos levantamos y todo. Fue, en diversas acciones, un émulo del asesino que fue Pérez Jiménez; especialmente para retener presos políticos destinados a podrirse en la cárcel. Desde ultratumba parece escucharse la voz: "No, no los dejen salir, porque lo digo yo mesmo", ególatra que no era.
Cuando le tocó elegir sucesor parece que se fijó, como modelo, en uno de los peleles más impresionantes que ha circulado alguna vez por nuestra historia patria, con algunos sucesos muy lamentables, como sabemos. Mi antimilitarismo no es absoluto. Ha habido militares muy dignos y muy cívicos ellos: Medina Angarita, pulido cada vez más por la historia y Wolfgang Larrazábal, hasta Páez que tenía sensibilidad operática. Pero tanto Chávez como el isleño pensaron que poner de una vez un militar no daría posibilidad de sostenimiento en el tiempo, por ser más vulnerables a los ataques de la sociedad civil; se fijaron y se fiaron en un pelele, el más impresionante, sin audacia, sin vitaminas, sin ánimo, sin nada, un platanote civil, marioneteado por los de charretera, aquel que "Debe producir los beneficios de simbolizar que los militares no ambicionan un predominio absolutista pero sin los inconvenientes de introducir un factor de antagonismo...", esto en palabras de Guillermo García Ponce y Francisco Camacho Barrios en su Diario de la resistencia y la dictadura 1948-1958, donde además son evidentemente claros: "Venezuela estrena nuevo presidente. Pero, Germán Suárez Flamerich ni reina ni gobierna".
Seamos diáfanos , la copia chavista del dictador gocho no radica sólo en hacer ver que construye con magnificencia (en lo que el gocho lleva aún una ventaja prodigiosa) y hacen transportes masivos que se ven de lejos, arriba, en San Agustín y bloques humillantes a la vista y a los residentes, que se ven de cerca, emulando ridículamente las construcciones de los súper-bloques del artista Carlos Raúl Villanueva en el bien llamado 23 de Enero donde "se conjugan circunstancias de tipo político, impuestas, dictatoriales con esquemas rígidos de la arquitectura y del urbanismo de los años 50", dice Juan Pedro Posani. La reproducción mayor de ese pensamiento está en la escogencia del sucesor y lo que significa, sin coba: en Venezuela mandan por persona interpuesta los militares, dirigidos desde Cuba.
Nota publicada en eluniversal.com