Si algo ha quedado demostrado en los días recientes es el cinismo de un gobierno que no entiende fue electo para servir a todos los venezolanos.
Nicolás Maduro ha pasado los últimos quince días en actitud parrandera y desafiante, casi simultáneamente. Desde temprano en el inicio de las protestas estudiantiles, mientras mataban estudiantes en las calles de Caracas, Nicolás participaba en un jolgorio en la parroquia La Pastora junto a sus seguidores. Más tarde ese día, junto al vicepresidente Arreaza y el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, dirigió en un apoteósico desfile en La Victoria.
No hubo palabras para las víctimas. Si acaso se mencionó a "Juancho" y se le rindió homenaje, como si hubiese sido el único caído en la jornada del 12 de febrero. Basil y Roberto no existieron para el poder constituido. Como no existieron las miles de personas que colmaron las calles de Caracas y otras 10 ciudades. En un acto de miopía selectiva, el Gobierno solo vio a los pocos arrebatados que apedrearon el edificio del Ministerio Público, cansados quizás de su tendencioso proceder.
Las parrandas dirigidas desde Miraflores incluyeron la celebración del mejor contrato del mundo con los obreros petroleros, la reunión con las mujeres socialistas y la concentración de personas de la tercera edad. Baile, alcohol, pachanga y tambor han sido elementos de la política defensiva del régimen que además ha manoseado las palabras "paz" y "diálogo" hasta borrarles todo sentido.
Porque al momento de atajar el micrófono, Nicolás solo ha tenido palabras de descalificación y epítetos altisonantes hacia quienes protestan. Ha pasado los días descalificando al oponente y ensamblando teorías absurdas, para no ver que hay un pueblo que clama por seguridad, menos inflación y el cese del desabastecimiento.
Su discurso ha sido cuidadosamente diseñado para irritar a tirios y troyanos. Llama al diálogo, pero ofrece aplastar a su interlocutor. Pide paz, pero como la de Gómez, metiendo en la cárcel a quienes les contradigan. Habla de futuro, pero de un futuro donde solo hay rojos. El resto son conspiradores, apátridas y traidores.
Pero lo peor del discurso de Maduro es lo que no dice, el silencio ante los aspectos más escandalosos de la represión. Los desmanes de su gobierno no tienen mención alguna en sus intervenciones. Tímidamente asomó que "algunos funcionarios del Sebin" andaban realengos el 12 de febrero. Pero no profundizó en el tema, pues lo llevaría a aceptar que fueron sus policías quienes trajeron la muerte al país. Tampoco ha dicho nada sobre los excesos de la GNB ni de sus bienamados colectivos, que sembraron de excesos varias noches en todo el país. Nicolás calla estas cosas y así alcahuetea los asesinatos a perdigonazos, la tortura de estudiantes, el terror que anda en moto.
Y cuando habla está celebrando la memoria del Comandante o está denunciando lo impronunciable, como fue el cierre de la señal de NTN24 y la militarización del Táchira.
Con su hablar y con su silencio justifica las violaciones a los derechos humanos.
Me cuesta creer que alguien que ha pasado tanto tiempo en la lucha por el poder, que apoyó golpes y revueltas, que fue supuestamente perseguido por los gobiernos de la IV República, hoy deje que estas cosas sucedan por descuido o ignorancia.
Eres muy cruel, Nicolás. Y tristemente te has convertido en lo que pasaste tu vida combatiendo.
Nota publicada en eluniversal.com