Hace ya bastantes años, expurgando imágenes para ‘Lo que el ojo no ve’ de ‘El Día Después’, Vispe me mostró unas que le habían llamado la atención. Calentaban unos suplentes del Mallorca, entonces entrenado por Víctor Muñoz. Iban y venían, no salían. Se les veía cara de quemados, pero había uno cuya mirada de determinación nos llamó la atención. No recuerdo si seleccionamos o no finalmente aquella imagen, pero a los dos nos quedó en el recuerdo. Tiempo más tarde, Vispe me dijo:-¿Has visto al segundo de Guardiola?-Sí, claro.-Pues era aquel suplente del Mallorca...
Entre aquella imagen y la última que se vio de él en televisión, consumido, en un plano lejano que respetaba su decadencia física, hay una vida futbolística corta e intensa que nos recuerda que aquí estamos de prestado. Tito Vilanova fue un juvenil del Barça de la quinta de Guardiola. Falto del talento o la suerte necesarias, su carrera como jugador no fue brillante. Pero sentía y conocía el juego lo bastante para que su amigo de La Masia contara con él en sus primeros pasos, y los siguientes, como entrenador. Y fueron pareja de hecho. Juntos construyeron un equipo hermoso y ganador, un regalo para todos.
Entre aquella primera imagen y la última, hay muchas, similares entre sí: Guardiola y Tito intercambiando dudas y decisiones. Alguien llegó a decirme ‘tanto monta, monta tanto’. El caso es que cuando Guardiola se marchó, Tito ocupó su puesto y, aparte de algún equívoco surgido en el relevo, a nadie le pareció mala idea. Por fin Tito, aquel suplente del Mallorca, aquel hombre a la sombra de Guardiola, tenía su luz propia. Entonces llegó la enfermedad traicionera, que él, el Barça y todos quisimos ignorar. Pero estaba ahí, implacable, resuelta a negarle el éxito que tanto merecía. ¡Qué injusto!