En el congreso peruano, el oficialismo no se da tregua buscando cómo invalidar la posible candidatura del expresidente Alan García. La primera dama vive obsesionada con el cargamontón que “le promueven los apristas”. Un exprimer ministro adjudica al APRA una hipotética desestabilización de la democracia. Por todas partes –se dice- el aprismo tiene influencias amenazantes. Hasta la jefa de un organismo como la ONAGI, acusada de manipular a sus gobernadores, denuncia a los apristas por lo que a ella le pasa.
Así fue casi siempre: todo lo malo que le ocurre al Perú es culpa de los apristas. Por demasiadas partes se aprecia ineptitud y también corrupción –que crecen- en los gobiernos regionales o en los municipios. ¿Será también culpa de los apristas?
El gran maestro Luis Alberto Sánchez decía que el más antiguo partido político del Perú, junto con el aprismo, era el “antiaprismo”. Y así fue porque la adhesión que generó Haya de la Torre desde 1924 en México, sólo podía ser contrarrestada con una leyenda negra.
No se trata de ser ingenuo o cínico para desconocer errores y aún infracciones que puedan cometer los militantes de un partido político. Pero tanto como cualquier otro. O en todo caso, proporcionales a los riesgos de los cambios que se buscan.
El APRA cumple 90 años y vive por su historia, su ideología, su organización y su capacidad de actuar, incluyendo riesgos y consecuencias. Y también porque hay quienes se encargan de mencionarla siempre, en todo y por todo, creyendo así ocultar sus propios desatinos y fechorías. Como aquel que roba, corre y grita señalando ¡al ladrón! Pero los peruanos no son tontos.