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Lunes 19 de mayo 2014

Tolerancia Cero

Por: César Campos R.
Tolerancia Cero
Foto: Difusión


César Campos, autor de estas líneas

Cuando hablamos en el Perú respecto a la debilidad de las instituciones democráticas, muy pocas veces observamos la premisa de nuestra escasa cultura para sostenerlas. Se piensa que la democracia tiene piloto automático y sólo consiste en que nadie imponga nada a los demás y todos podamos insultarnos impunemente en aras de la libre expresión sobre temas públicos u otras franquicias constitucionales.

Ello se ve a las claras en la apertura de temas sensibles cuyo nivel de discusión se llevan a las orillas de las imposiciones autoritarias y la descalificación absoluta de las opiniones ajenas. El anhelo de los auténticos forjadores del sistema de libertades –para que el intercambio abierto de las ideas permitiese el hallazgo de mínimos consensos cercanos al ideal de las mayorías– sucumbe ante la confrontación de bandos tribales de hacha y cerbatana.

El ejemplo más concreto de la coyuntura lo tenemos en dos proyectos de ley que aguardan su aprobación o rechazo por el pleno del Congreso: el de unión civil entre personas del mismo sexo y la que pretende establecer un nuevo modelo de existencia y funcionamiento para las universidades.

En el primer caso, ninguna de las posiciones en pugna puede arrogarse posturas meramente principistas que no hayan caído en la más vulgar de las intolerancias. Están quienes, por ejemplo, agravian al cardenal Juan Luis Cipriani a su regalado gusto negándole su derecho a defender lo que la iglesia Católica –equivocada o no– mantiene como dogma respecto a las relaciones de pareja, aún éstas quieran ser normadas en el ámbito civil por un Estado laico. Pero también están quienes condenan a la hoguera a todo aquél que aspira la aceptación pública no sólo de sus sentimientos sino también de su derecho a establecer un régimen patrimonial con aquél o aquella que cohabita en su hogar.

Y en el segundo –era de esperarse– el debate ha degenerado hacia la estigmatización de los que con justicia pretenden revertir los bajos índices de la educación superior (convertida hace tiempo en pasto del negocio y no del fomento de la excelencia académica) pero quienes también, como el caso del presidente de la Comisión respectiva del Parlamento, apelan al charco llamando “mafiosos” a sus oponentes. Muchos de estos sólo creen que la excesiva regulación del Estado a las universidades podría vulnerar su autonomía.

Ni en Suiza o los países nórdicos se discute con agua de malvas y cortesías extremas. Tampoco las masas dejan de movilizarse cuando creen cercana alguna arbitrariedad gestada en el poder. Pero la disposición a tolerar las ideas de los otros y allanarse a soluciones intermedias en los mismos, sí que habla de su robusta institucionalidad democrática. En el Perú, lamentablemente, la tolerancia cero, la confrontación caníbal y el odio carcomen nuestro inconcluso proyecto republicano.

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