Sábado 20 de abril 2024 | Contáctenos
Perdóneme usted, pero no me genera confianza este súbito afán moralizador que de pronto nos envuelve. Por supuesto que sí creo en la necesidad de combatir con denuedo la corrupción. El caso de Ancash es delirante y por ahí van Tumbes y Pasco. Pero hay otras reflexiones que mencionaré.
La tolerancia sospechosa. El daño que el gobierno regional de Cajamarca ha realizado no ha sido sancionado con la rapidez y la energía necesarias. Si ahora el gobierno nacional y sus instituciones salieran a decir algo será porque ya no pueden callarse más.
La generalización injusta. Hay varios gobernantes regionales implicados en cosas turbias o mal hechas. Ahora se dice que son veinte (de veintiséis). Dentro de poco no habrá ninguno respetable. ¿Hizo algo este gobierno para normar con claridad los excesos e imperfecciones de la descentralización? ¿Acaso sus tecnócratas –tan críticos con el gobierno anterior- han arriesgado talento y honorarios para corregir lo que criticaban? ¿Y el Congreso ahora siente un arrebato de dignidad para cumplir su función fiscalizadora?
La mescolanza perversa. Claro que hay corrupción y hay que descubrirla y sancionarla. Pero también hay dos cosas más: ineptitud de gobernantes (que no es un delito) y difamación de gobernados (enlodar y manchar honras es un deporte nacional).
La función del señuelo. Nada debiera impedir que la descentralización sea un paso adelante en la construcción de un país más justo, con ejercicio pleno del principio de subsidiaridad. Por eso hay que mirar, con la misma severidad que a los malos gobiernos regionales, la negligencia y la falta de liderazgo del gobierno nacional. Que no nos distraigan. No comulguemos con ruedas de molino.
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