No es poca la expectativa que rodea la cita que 33 millones de colombianos habilitados para sufragar tienen hoy con las urnas. Después de un arranque lánguido y desprovisto de emociones, la campaña por la Presidencia de la República concluye con un final cerrado que no permite distinguir si entre Óscar Iván Zuluaga –el triunfador en la primera vuelta– y Juan Manuel Santos –el mandatario en ejercicio– hay un claro favorito. Así, por lo menos, se desprende de las encuestas que se hicieron públicas hasta hace una semana y que arrojaron resultados que no fueron concluyentes.
Dicho factor hace que cada voto cuente más que en otras ocasiones, pues todo apunta a que las diferencias serán estrechas. Esta es una razón adicional para invitar a aquellos a quienes en principio no les entusiasma ejercer su derecho ciudadano para que se acerquen a las mesas dispuestas por la Registraduría y escojan con plena libertad el nombre que más les parezca. Solo así será posible reducir el elevado índice de abstención observado el 25 de mayo, cercano al 60 por ciento.
Pero más que eso. Una buena tasa de participación servirá para darle un necesario impulso de legitimidad a quien sea declarado ganador. No menos importante es la aspiración de que se pueda enviar el mensaje de que nuestra democracia goza de cabal salud, algo esencial tras el preocupante curso que tomó en ocasiones el cruce de argumentos entre los dos finalistas.
Y es que, como pocas veces en nuestra convulsionada historia, fue tan evidente la guerra sucia, caracterizada por acusaciones de lado y lado, mensajes publicitarios en los que se descalificaba al adversario y una notoria antipatía mutua entre ambos postulantes en los debates organizados por diferentes medios de comunicación. El avance de las redes sociales permitió, además, multiplicar los infundios y la propaganda negativa, con incontables ejemplos en los que se traspasaron los límites del decoro tanto en las filas del Centro Democrático como de la Unidad Nacional.
La evidente polarización que hoy divide a amplios sectores de la sociedad contó con la activa participación de dirigentes cuya actitud va en contravía de las responsabilidades públicas que han ejercido. Por lo tanto, corresponde a quien sea escogido como el próximo jefe del Estado hacer una primera declaración en la que sea incuestionable la voluntad de echar al olvido los insultos, hacer borrón y cuenta nueva y prepararse para liderar una administración incluyente que beneficie a todos, sin importar sus preferencias políticas.
Como es bien sabido, este periódico hizo conocer su posición editorial en el momento de la primera vuelta, apoyando el nombre de Juan Manuel Santos. Hoy esa escogencia es ratificada, con la convicción de que el actual Presidente no solo ha hecho una buena gestión, sino que tiene la plataforma ideológica más moderna y cuenta con el respaldo parlamentario indispensable para hacer realidad sus ambiciosos propósitos, en el sentido de construir una sociedad más justa e igualitaria.
Pero, sin duda, lo que distingue al mandatario en ejercicio frente a su opositor es la firme convicción de que una salida negociada del conflicto interno que ha desangrado a Colombia a lo largo de más de medio siglo es posible. El riesgo de echar por la borda los avances hechos en las conversaciones llevadas a cabo en La Habana con las Farc es demasiado grande como para intentar cualquier otra aproximación. Además, la posibilidad de que el Eln también entre en un esquema formal es un elemento atractivo que serviría para acabar no con una, sino con dos fuentes de violencia.
Nadie puede afirmar, por supuesto, que el desenlace está asegurado. Ya en otras ocasiones en las que el país ha extendido su mano generosa, la guerrilla ha dado muestras de torpeza, mediante exigencias inaceptables o actos de sangre sin justificación alguna. Pero ese pasado de frustraciones no debe dar pie para preferir a priori la vía militar o llegar con un nivel de exigencias tales a la mesa, que la probabilidad de un arreglo sería ínfima.
Semejante postura es la que nos distancia del candidato Zuluaga. Reconociendo que completa meses de ardua labor en los que recorrió el territorio nacional a lo largo y a lo ancho –gracias a lo cual volvió viable una aspiración cuyo éxito era visto como poco factible– y que ha hecho propuestas en materia educativa o de progreso social que no deberían echarse en saco roto, su aproximación a la paz no parece ser la correcta.
Más inquietante, tal vez, es el círculo que lo rodea. Que ha hecho gala de un insólito grado de irresponsabilidad al insinuar incluso la posibilidad de un fraude. Aunque siempre se puede afirmar que una cosa son los justos y otra, los pecadores, el riesgo de que la Casa de Nariño se convierta en un instrumento para tramitar los odios de quienes añoran su paso por el Ejecutivo es muy alto como para asumirlo.
No obstante, es claro que la determinación sobre quién será el próximo Presidente reposa enteramente en los ciudadanos. Es de esperar, entonces, que estos elijan a conciencia, después de participar masivamente, para que el país pueda pasar la página y comenzar a escribir otro capítulo de su historia. Ojalá uno en el que se afiancen el progreso y la concordia, que tanto necesitamos los colombianos.